viernes, 15 de mayo de 2009

El boleto (X)

Al entrar al aula sintió, para su sorpresa, cierto alivio.
Le reconfortó inesperadamente estar frente a la masa granulosa, en su mesa de profesor, con la lista de nombres y apellidos por delante. Le reconfortó que no le hicieran caso alguno y siguieran a lo suyo. Le reconfortó no ver a Iván Martillo en su sitio.
-¡Tarambanas! -gritó exultante y sorprendido al mismo tiempo.
Todos los rostros adolescentes se volvieron hacia él con bocas y ojos bien abiertos y Benigno Parra se sintió eufórico finalmente. Poderoso.
-¿Alguien sabe algo acerca de las campanas de cristal? -interrogó a la masa muda caminando ufanamente por el pasillo central.
-¿No, verdad? ¿Y de los nódulos? ¿Quién puede hablarme de los nódulos en la garganta? -continuó Benigno, crecido.
-Ya veo, ya veo, mis pequeños tarambanas. Todo ello por no hablar de las presidenciales yanquis. ¿Quién diablos conoce a Mc Cain?
La clase permanecía silenciosa, y Benigno regresó a la tarima y ocupó su asiento.
Entrelazó las manos y las colocó lentamente en su barbilla, observando con satisfacción todas aquellas miradas púberes que continuaban grandes y clavadas en él. Así persistió un tiempo que parecia quedo, congelado, aguardando a que la caterva diera señales de vida. Por fin, el alumno almeja alzó la mano.
-Dime, Sebastián.
-Maestro, ¿esto es Historia?
Era evidente que Benigno Parra jamás se enteraría de qué asignatura tenía que dar, y ello, teniendo en cuenta que daba dos, suponía a las claras que algo no marchaba bien.
-Madrugar para esto... El hipotálamo, o el tálamo, algo es... -reflexionó en voz alta Benigno ante la estupefacción continuada y creciente del aula, en la que ya se iba generando casi imperceptiblemente un rumor por corrillos.
Cuando el rumor estaba a punto de aumentar varios grados su volumen y convertirse en certeza palpable bajó de golpe, y en el silencio se escuchó:
-Nada, es que estaba meando.
Eran las palabras de Iván Martillo, y el sonido de Iván entrando en clase como si nada. O como si todo, pensaría Benigno, que asumió la evidencia de solucionar aquello con un apercibimiento.
-Un parte te voy a poner, tú.
Dichas estas palabras apareció por la puerta, como una visión espectral de un pasado remoto, un señor muy anciano que dijo ser el inspector.
-Soy el inspector -lo dijo.
Benigno dejó de ser una gran reflexión en ese mismo instante, recompuso su postura y se instaló de nuevo en su verdadero lugar en el mundo, que al parecer era el de los estúpidos.
-Pase -dijo estúpidamente.
El inspector se hallaba ya dentro del aula y se dirigía como un fantasma, casi levitando, hacia el fondo de la misma. Una vez allí, espetó a Benigno:
-Dé su clase, joven.
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3 comentarios:

Alejandro Ramírez Giraldo dijo...

Me ha quedado una incógnita terrible. ¿Huía el profesor de algún delito?

Esa duda me deja una buena sensación.

Un saludo.

josé rasero dijo...

Bueno, huía, o explotaba de algún modo, de la mañana que estaba teniendo...
Saludos

Anónimo dijo...

Lo del inspector está muy bueno