jueves, 23 de noviembre de 2017

Vayamos por barrios (comer en Atenas) ¡3!

3. Exarquia.


Punto y aparte. Eso es el barrio de Exarquia, donde nació Syriza, donde terminan y empiezan casi todas las manifestaciones en Atenas. Y puede que –es solo una impresión, o quizás un deseo– sea el que mejor represente el espíritu ateniense, y el más cercano al alma de los griegos. Se creó a finales del XIX y el nombre le vino de Exarchos, dueño de unos grandes almacenes de la época. El descontento –continuado en el tiempo– de sus vecinos con los diferentes gobiernos, y el activismo político, han moldeado su pujante y distintiva personalidad. Sirvan dos momentos históricos como prueba de ello: el 14 de noviembre de 1973 tiene lugar el "levantamiento de la Universidad Politécnica", a posteriori fundamental para derrocar la dictadura de la Junta de los Coroneles; el 6 de diciembre de 2008, el joven Aléxandros Andréas Grigorópulos fue asesinado a balazos por un policía durante una protesta.  Bancos, vehículos policiales y oficinas del gobierno fueron incendiados y atacados con cócteles molotov. Desde entonces, los agentes de la ley no suelen patrullar en Exarchia. No se ven entidades financieras por sus calles.






No negaré que nos acercamos a Exarquia con cierta aprensión, que no disminuyó cuando, conforme nos aproximábamos, fuimos percibiendo, paulatinamente, cómo iba desapareciendo el personal. Y no solo el turisteo. La gente de cualquier condición. No había ni dios. Nadie. Del bullicio del centro de Atenas pasamos, en apenas doscientos o trescientos metros, a encontramos en una calle solitaria con comercios cerrados y grafitis anarquistas, anticapitalistas, antifascistas, así como edificios con aspecto okupa a nuestro alrededor. ¿Cómo recibirán los vecinos de Exarquia a esta simpática pareja de turistas despistados? ¿Será buena idea sacar la cámara de fotos? ¿Nos tomarán por prensa internacional? Durante el paseo por sus estrechas calles la vida, sin embargo, fue apareciendo. Tiendas abiertas, algunas personas por aquí, algunas por allá, papelerías, librerías, cafeterías. Al llegar al corazón del barrio, la plaza Exarquia, repleto su parquecito de pancartas reivindicativas, comenzamos a comprobar que la fama de capital anarquista de Europa nada tiene que ver con caos y desorden. Al menos no en su día a día. No son palabras que definan lo que vimos. No aman ni hay sumisión al gran capital, es evidente, ni al Estado. Las fuerzas del orden no son bienvenidas, es normal. Por contra, cooperación y generosidad sí forman parte de su modo de vida. El Khora Community, centro de acogida de refugiados sirios, que subsiste a base de autogestión, podría servir como paradigma de la voluntad que mueve Exarquia, con iniciativas como clínicas o escuelas gratuitas, cooperativas, cocinas colectivas y espacios de arte.







Continuamos nuestro paseo -ya cámara en ristre- por el barrio, y el paisaje de grafitis se mantiene a lo largo de todas sus calles y rincones. Vemos centros cívicos, curiosos cines de verano, peluquerías, tiendas de ropa de segunda mano, cafeterías que son a su vez centros sociales y de activismo, atisbamos la colina Strefi y no llegamos a ver el parque Navarinu -pues estaba en otra dirección-, que nació de las manos de los vecinos en 2009, al convertir un parking de vehículos en lugar de recreo con zonas verdes y huertos urbanos.
Alcanzamos la avenida Alexandras -donde se encuentra la comisaría de policía de Kostas Jaritos, en la ficción, claro-, la cruzamos y nos perdemos en un parque del que nada sabemos. Consultamos el mapa, nos orientamos y dirigimos nuestro pasos a la entrada del Museo Arqueológico Nacional, uno de los grandes  del mundo, con la colección más rica de objetos de la antigua Grecia. A su lado, el campus de la Politécnica. Aunque físicamente el museo pertenece a Exarquia, se puede visitar sin poner un pie en el barrio, y eso -así nos pareció- es lo que hace la enorme mayoría de turistas. Insensatos.



Cuando salimos del Museo Nacional, algo atolondrados tras la contemplación de tanta maravilla arqueológica, el hambre estaba allí. Se había hecho fuerte bajo las columnas jónicas de la entrada. Debían ser ya cerca de las cuatro. O más. Sin porfía que valiese nos dejamos llevar directamente, de nuevo,  al corazón de Exarquia. En uno de los rincones de la plaza nos sentamos a la terraza de εξ αρχηζ -algo así como "Desde el origen"-, un lugar funcional, moderno, con sabrosos platos y buenos precios.






Pedimos con avidez y espíritu prosaico, quizás. Es lo que da venir de contemplar la tremenda laboriosidad del ser humano desde sus orígenes.  N. quiso una greek mousaka, la cual, a la postre, alcanzaría la medalla de plata en su particular competición. Por mi parte, señalé en la carta un chicken fillet (con patatas), que alcanzó con nota su cometido. La ensalada, llamada Constantinopla, llevaba zanahoria, manzana, granada, pasas, col lombarda, y puede que algún etcétera más. Estaba entretenidísima, y muy rica. 






La comida, sencillita, nos insufló, en cambio, una energía desatada. Decidimos tomar el café en Kolonaki -a unos 800 metros, que hicimos andando-, un barrio pudiente situado tras la plaza Syntagma, señorial, zona de lujo, de compras, de casas modernistas, edificios neoclásicos, con boutiques de alta gama, y tiendas de famosos diseñadores griegos. Un auténtico oxímoron de Exarquia...
No contentos con la hazaña, deliberamos frente a los capuchinos con brevedad y acordamos  subir a la cima de la cercana colina Licabeto, de 278 metros de altura. El plan era utilizar el funicular. Y allá que fuimos en su busca. A lo tonto, recorrimos metros y metros de un camino serpenteante y en ascenso rodeado por pinos, bajo un calor infernal. No había funicular por parte alguna. Sin embargo, a fuerza de creer que el maldito teleférico aparecería tras la siguiente curva, terminamos, milagrosamente, alcanzando la cima. Doscientos setenta y ocho metros. Respiramos. Energética pitanza la de Exarquia, sin duda. Visitamos la pequeña capilla ortodoxa de San Jorge. Respiramos. Contemplamos las espectaculares vistas del atardecer de Atenas. Respiramos. A la hora de descender, dimos con él: ese  ferrocarril especial utilizado para salvar grandes pendientes. Suspiramos, cáusticos.



Apuntes del 'Cuaderno de Altamira':
En plena calle es fácil encontrarse con un corrillo divirtiéndose con algún juego, como las cartas, el ajedrez y, sobre todo, el llamado "tabli" (o backgammon, como se conoce en España).
De vuelta a Petrálona nos confundimos de estación de metro. Nos bajamos en Thissio. Descubrimos un paseo muy bello, con puestos ambulantes, músicos, el mejor cine de verano del mundo, terrazas, cafés de aspecto colonial,y una vista espectacular de la Acrópolis. De hecho, parece que el paseo lleva hasta ella...



Artículo publicado en Entretanto Magazine

sábado, 18 de noviembre de 2017

Entrevista en El Boletín de Quorum




En El Boletín de Quorum de este mes de noviembre han tenido a bien hacerme esta jugosa entrevista


viernes, 3 de noviembre de 2017

Vayamos por barrios. (Comer en Atenas ) ¡2!


2. Psyri

Antes de ir a Psyri leímos, acá, acullá, en guías, en hojas sueltas, en páginas webs,  cosas acerca de Psyri.  Un barrio antes deprimido y ahora recuperado. Antiguo y moderno. Poco frecuentado por el turista. De animada vida nocturna y toque bohemio, tabernas, clubes, música en directo. "Su antiguo aire industrial -relataba un blog en Internet- se ha reconvertido en lienzo de street art". Todo muy cierto, fuimos comprobando. Y disfrutando.
En un mapa observamos que Psyri limita con Monastiraki y con la plaza Omonia. Syntagma está al lado. Más céntrico imposible. Paseamos al tuntún por el -sin duda- hermoso barrio. Calles adoquinadas (algunas), arquitectura neoclásica,  mercancías en las aceras,  kioskos, ruido; o, también, pequeños estacionamientos en los que un particular cuida los coches a cambio de un dinero. Digno de observar el tetris que se monta el particular para que todo vehículo quepa. Y vaya si caben.
Sí, la  Atenas auténtica. Aunque yo precisaba con urgencia de mayor autenticidad. No sé si recuerdan el bocadillo aquel de Vueling. Mi estómago sí.  Y necesitaba una farmacia. 
A pharmacy, please?
Ay, nuestro inglés. En busca de ella, de la farmacia, sin comerlo ni beberlo, dimos con el Corazón de la capital de Grecia. Al menos, así es como Manos Hatzidakis (compositor griego de música contemporánea fallecido en 1994) definió a la calle Athinas. 
Apenas un kilómetro. Peculiar y atractiva. La intensidad de los aromas de las especias se mezcla con bellos edificios que conviven en armonía con imágenes de decadencia.  Athinas (diseñada en 1834) ha vivido lo suyo; ha pasado del lujo a la mala fama, y viceversa, en varias ocasiones, sin perder nunca, eso sí, su carácter comercial y multicultural. Es conocida también como patio de los milagros o jardín del pueblo.
Hay puestos callejeros, gente, tráfico, desorden, cafés, kebabs, una pequeña capilla... ¡Y una farmacia! 
No todo es Acrópolis en Atenas.









En mi 'Cuaderno de Altamira' llevaba escrito, casi dibujado, en perfecto griego: 'Ομεπραζόλη'. Para hacerme entender. En realidad, era la tercera farmacia a la que acudíamos. En las dos primeras, con las estanterías bastante desangeladas, no había Ομεπραζόλη. En esta última, al fin, sí. Claro que, las pastillitas para el ardor de estómago que en España no llegan ni a los tres euros, en Grecia salen a 13. Tienen un enorme problema los griegos con la Sanidad...
Para nuestra alegría, en la misma calle Athinas nos topamos con el Mercado Central. A un lado están los mercados de la carne y del pescado, y, enfrente, cruzando la calle, el de frutas y verduras, este último al aire libre. El edificio que alberga los dos primeros es antiguo, feúcho y su interior se asemeja a una oscura cochera de autobuses. Los tenderos parecen acosarte desde sus puestos y, aunque la higiene no aparenta ser la más deseable, lo cierto es que la materia prima que venden es de categoría, y a precios increíbles, por lo bajo.








Junto al mercado de la carne se sucedían unas tres o cuatro 'tavernas' y, claro, en una de ellas decidimos comprobar si la buena pinta de los productos  era tan cierta como aparentaba. Nos decantamos por aquellos del mar y de la huerta que más habían llamado nuestra atención.








Gambones y "sardines" (así estaba escrito) a la plancha. Muy ricos los gambones, y muy bien contados. Cinco, con esa mala rima que nos hizo temer lo peor. Las "sardines" más bien parecían boquerones, por el tamaño, pero estaban frescas y sabrosas. La ensalada de tomates, con cebolla y aceitunas (las probamos, las aceitunas, en varios lugares y ocasiones, siempre espléndidas), sencilla y exquisita. Pregunté a N. su opinión sobre el pan (en ciertos sitios lo sirven, en otros non) con aceite, perejil y orégano.  Magnífico, aseguró. Sin ser un banquete, comimos bien. Y la rima, al final, no fue tal. Baratito.

El barrio de Psyri, como dije más arriba, está en pleno centro de la ciudad, por lo que se convirtió en zona de paso en las caminatas a nuestro libre albedrío por Atenas. Otro día, el hambre nos atacó en The Grazilian o Barbadimos, no recuerdo bien, pero uno de los dos era el nombre del lugar. La calle sí, Mitropoleos, y ahora que lo pienso, quizás estaba al límite del barrio, o incluso fuera de Psyri. ¿A quién le importa? Sí es cierto que en la terraza había una curiosa mezcla de turistas sin complejos, como nos, y atenienses de farra. ¿O sería al revés?




Lo importante es que saboreamos dos de los platos tradicionales de la cocina griega (y turca, claro). El Tzatziki, una salsa de yogourt con pepino, aceite de oliva, ajo, jugo de limón y pimienta (en este caso también le añadían trozos de lechuga). Y el Souvlaki -según Kostas Jaritos, la comida nacional griega-, carne de cordero, de cerdo, vacuna o de pollo, atravesada por un pincho, y servida con patatas a la francesa y ensalada de tomate. Algunos opinan que el Souvlaki es la variante griega del Shish Kebab. De diez, en cualquier caso. Buen precio. Además, nos fueron sirviendo, a modo de tapas, hígados a la plancha y algún que otro pequeño manjar que ahora no recuerdo. Al salir, nos humedecieron las manos con una especie de eau de toilette. No entendimos nada.
Aunque, es bien cierto, ese día regresamos a nuestro refugio de Petrálona  la mar de aromatizados...


Apuntes del 'Cuaderno de Altamira':
Gatos y perros son ciudadanos atenienses. Van a lo suyo. No molestan a nadie. La gente les da de comer, de beber, se preocupan de ellos. Qué maravilla.
'Heteróclito', una cadena de "Wine bar". El de Psyri era muy coqueto. A las cinco de la tarde pedimos café. Solo sirven expresso.





Artículo publicado en Entretantomagazine