"Várakozók" (Las que esperan), esculturas de Imre Varga, 1986. Se encuentran en la Calle Laktanya, en Óbuda (Budapest).
viernes, 28 de marzo de 2014
'Esculturas por el mundo'
"Várakozók" (Las que esperan), esculturas de Imre Varga, 1986. Se encuentran en la Calle Laktanya, en Óbuda (Budapest).
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martes, 18 de marzo de 2014
'Del tamaño de una canica'
El tiempo. El espacio. Dejar de ser. Tiempo y espacio enfangados uno y otro hasta diluirse en una
mota de polvo gris en algún lugar del cerebro que hace plop. O no. Y desaparece
en un pitido indeleble. La sensación de hallarse entre emanaciones tóxicas y
negras con la mente saturada de espejos deformantes que acaso sean la vida de
uno. La sensación de que se desdibujan los contornos de la razón. La sensación
de que no existe sensación alguna. No hay
diferencias lumínicas ni acústicas entre el día y la noche. Hay una
pauta fija, inalterable. Despega con pausa los párpados del ojo izquierdo y las
dos membranas ya abiertas no impiden que la oscuridad más absoluta persista
frente a él, alrededor de él, cubriéndolo como un útero materno. Ni un asomo de
luz. Su propia respiración mortecina es
el único y espaciado sonido. En su cabeza hay un dolor intenso, un foco
concentrado, latiendo en su hemisferio derecho. Como si le fuera a estallar
medio cráneo de un momento a otro. Una
punzada desciende por la frente dejando a su paso un rastro de picazón
hasta situarse sobre el ojo derecho, cuyos párpados también consigue abrir,
aunque con mayor esfuerzo, con dolor, como si le arrancasen lentamente un
esparadrapo del pecho. Una noche cerrada, eterna. Como ser ciego. Lame sus
labios desde una comisura a la otra y detecta un sabor salado y reseco. Intenta emitir algún sonido
pero el esfuerzo lo lleva a toser. A
toser mucho, a doblarse sobre sí y a advertir que se halla vencido sobre un suelo de baldosas. Una pared a su espalda.
Ni manos ni piernas han sido atadas. Y de repente, como
si viajara en un galeón a la deriva, siente que todo se viene abajo, se
estremece, se bambolea, todo da vueltas
y le arriba la náusea. Vomita con un
ímpetu que le desgarra la garganta y el ramalazo hediondo mezcla de coñac,
atún, café y ácidos gástricos que invade la cerrada atmósfera parece abrir una
rendija en su memoria blindada, un
resquicio que al instante se desvanece y vuelve a dejar en blanco su mente. O
en negro. Le resulta dañino intentar establecer asociaciones mentales y aún más
mediante esos efluvios. El cerebro por momentos se comprime hasta adquirir el
tamaño de una canica. Vuelve a cerrar
los ojos. La misma opacidad oscura rodeándole. Da igual abrirlos que cerrarlos.
Con cuidado acerca la palma de la mano derecha sobre su ojo derecho. Una brecha
le cruza la frente hasta alcanzar la ceja.
Intenta alzarse y, ya erguido, el
suelo se agita bajo sus pies descalzos y le hace iniciar una insensata danza
hacia adelante, hacia atrás, hacia los lados, tambalearse hasta que tropieza y cae sobre algo blando. Un colchón.
Tantea con las manos y percibe que no
hay sábanas, ni mantas. Tampoco es una cama. Una colchoneta sobre el suelo. Una
almohada igualmente a pelo. Consigue adoptar una postura horizontal, bocarriba.
Quiere gritar pero cree estar mudo. Esta vez no hay tos. Ni vómito. Quiere
pensar palabras. Es difícil componer una frase. Un signo de interrogación se
instala en su pensamiento. Es grande y blanco. Con su punto abajo. O no. ¿Abre
o cierra? Un cisne blanco. Y su cerebro se tiñe de blanco. O de negro.
Girándose hacia su lado izquierdo va adoptando poco a poco la posición fetal.
Hace calor, pero Cecilio Gelasio está temblando.
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Proyecto Nueva Novela
sábado, 15 de marzo de 2014
5 añitos de 'E la nave va!'
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martes, 4 de marzo de 2014
'La ciudad múltiple'
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