miércoles, 15 de julio de 2015

'Derrumbe'





Lo comprendo,  Paula.  Sé que prometí no volver a hacerlo. Pero, déjame decirte. Es mucho más sencillo de lo que parece. Sí, ya sé. Las pruebas me inculpan. Pero solo en apariencia. Un cúmulo de circunstancias consigue que parezca ser lo que no es. Porque no es lo que parece. Ya,  Paula, ya.  La frasecita. Lo sé. Qué quieres. Es la que tengo. Han sido  días difíciles.  Y  va para dos meses el asunto.  Precisamente cuando todo funcionaba a las mil maravillas. Porque mira que andábamos bien. Y tuvo que sonar el puto timbre.
Tienen diez minutos para desalojar. Cojan lo imprescindible.
La policía local.  Desalojo por peligro de derrumbe. Así, por las buenas. Que ni tú ni yo habíamos escuchado una palabra. Que ni un solo vecino  nos había hablado de las malditas grietas. Ni media, vamos.  Y ya podían, ya. Ni el mismísimo  casero  había dicho esta boca es mía. Y nuestro ático recién pintado, además. Si es que todavía nos estoy viendo,  sentaditos en el sofá tomando el café de la mañana, comentando cómo colocar los muebles, dónde irían los cuadros, cómo pondríamos cada detallito de  nuestro nido. Y el  timbre. Y los dos locales.  Que daban miedo.



Diez minutos para desalojar.
De piedra.
Cojan lo imprescindible.
¿Y cómo puede uno establecer en diez minutos qué es lo imprescindible? ¿Cómo saber qué lo será diez minutos más tarde? ¿O en media hora? Claro, claro. Lo puesto. Unas mudas,  cosas de aseo, algún libro. ¿Y papeles? ¿Cogemos papeles imprescindibles?  De locos. ¿Qué se llevaría usted a una isla desierta, caballero? Y los nervios, ¿eh? 


Porque se pone uno malo. Sí, cariño, ya sé que casi me echo a llorar. Vale, vale, Paula. Lloriqueé como un condenado bebé, ¿qué quieres? Pero te di un abrazo bien fuerte, no me negarás. Un buen abrazo, sí señor. ¿Y qué llevamos al final? Ni recuerdo. Dos bolsas de nada, ¿no? Claro, sí, y al llegar abajo era de morirse, no sabíamos si de vergüenza o de pánico.  ¡La gente con los televisores!  ¡Con las tostadoras! ¡Los microondas! ¡Mochilas rebosando bolsas con comida! ¡La calle repleta de maletas atiborradas!  Y tú y yo con nuestras dos bolsitas. Como dos gilipollas, madre. Y, oye, que nadie explicaba nada, ¿eh?  Pero nada de nada. Cero. Allí nadie sabía. Pero todos gritaban. El casero porfiando con la loca del primero por los pagos, los demás proclamando no sé qué de los contratos. Y los locales. Tan varoniles, tan altos, tan guapos.  De brazos cruzados.  ¿Cómo?  Cariño, pues sí, si quieres que  desenrede bien el asunto  claro que todo esto es importante. Que sí, que ya sé que las pruebas están ahí.  Pero  te demostraré que solo son circunstanciales. Así que escúchame, haz el favor.  Ya termino.  Después sin más  nos mandan a esta pensión que ni en pintura la queríamos, oye.  Y ahí comienzan las peregrinaciones  al Ayuntamiento. ¡Que dónde estaba el contrato! ¡Que  demasiado era meternos en este antro!  ¡Que sin contrato no había nada que hacer! ¡Y que si no queríamos, pues a la puta calle! ¡Que así son en Urbanismo! ¡Que el maldito casero había desaparecido por arte de magia!
Que tú te fuiste a casa de tu madre, porque, claro,  aquí no cabíamos los dos, dijiste. Que aquí me quedé yo solo porque yo en casa de tu madre no pensaba entrar. Que ya te había dicho que yo allí no volvía a poner los pies en mi vida. Que iban a ser dos días y ya llevo dos meses en este apestoso cuartucho.  Que les he puesto nombrecito  a las cucarachas. Que esta ventanita que ves da a un estercolero. Que es pleno agosto y me muero. Que el puto baño es comunitario, y  da asco. Que los vecinos dan miedo. Que la calle más. Que estoy hasta los mismos, Paula. Que ahora  tú vienes y ves una botella de coñac medio vacía y su vasito al lado y me dices que si he vuelto a beber. Que se acabó. Que no aguantas más. Que te había prometido no volver a hacerlo. Y que yo te cuento todo esto para decirte que no, joder, que no he vuelto a beber, Paula.  Que no es lo que parece. Que nunca te fijas en nada, Paula, que hablas y hablas, y no miras  las cosas, querida.  Que no has reparado bien en el vaso. Que tiene carmín en el borde.  Que yo no uso carmín. Que la botella no es mía.

Que fue ella quien la trajo, Paula.