miércoles, 30 de diciembre de 2009


Foto: jose rasero

¡Por un 2010 de DIEZ!

¡Va por VOSOTR@S!

domingo, 27 de diciembre de 2009

Cosas de aquí - 7


Foto: jose rasero

*Me uno a la INICIATIVA de Felipe: el día 5 de enero un poema de MIGUEL HERNÁNDEZ en cada blog

Eureka!!! Es la puerta del antiguo obrador que existía en esta calle (La Rosa de Oro, 1928) El panadero lleva una pala en una mano con el pan y por eso necesita un contrapeso en la palanca para poder levantarla con la otra mano (Información de mi amigo Antonio Vargas)

Para mas información: aquí

viernes, 25 de diciembre de 2009

Minúsculos I (recopilación)








Tuvo una asociación de ideas. Rápidamente necesitó negociar con ellas.

César.
Se durmió en los laureles, y amaneció Emperador.


Hubo un día de perros en Hamelin. Los gatos marcharon. El flautista concertaba en la taberna, al resguardo. No quieran imaginar...



Parada en el camino
…reposar los pasos,
refrescar quimeras,
distraer
enigmas bajo el sol.




Estuve en una cita a ciegas,
y me anduve con cuatro ojos.



Llovía a mares
sobre el océano
de tu mirada.




Mató dos tiros
de un pájaro. Se hizo pacifista.




Estaba como una regadera
y los árboles, cómo no, le permitieron ver el bosque.




La infancia
es un buen lugar para vivir.
Sólo queda algo lejos.



Cuando despertó,
la mujer

había desaparecido.
El hombre se abrazó
desesperado
a un aroma
que desvanecía.


 Foto: Teresa García  Nieto

martes, 22 de diciembre de 2009

9 - Zoe






-Aquí estarás como un rey, chaval –fueron las palabras con que el Tasca recibió a Badián.

-No tengas miedo de estos cabrones. Son todos unos jodidos enganchaos. Pero son buena gente, ya verás. Tú estate tranquilo. Además, este lugar es como una cáp-su-la –subrayó el Tasca, según costumbre, las sílabas de su palabra importante.
-Cuando estés fuera nada de esto habrá pasado. Nada. Esta jodida mierda no importa un carajo. Lo que importa está fuera… pero, bah, qué cojones... Te presentaré a estos dos.
A su lado se sentaba Zoe -¿no era ese un nombre de mujer?, se preguntó Badián-,  un joven que combinaba en su porte el cuero de los roquers con la cabeza rapada de los skins, lo que producía de entrada un efecto algo turbador. Soy de Granada, indicó mientras mojaba un trozo de pan en el caldo de su plato. Lucía unos pequeños aretes en la nariz, unas orejas ribeteadas de piezas metálicas y mostraba con orgullo unos poderosos brazos tatuados con motivos satánicos. Tendría unos veinticinco años y su gran afición eran los juegos de magia, según confesó de inmediato a Badián. También le describió con desparpajo y gran detalle el quiosco de tabaco y chucherías que manejaba en su barrio, y que se había convertido en centro neurálgico de camellos y enganchados, lo que le facilitaba enormemente su acceso al polvo blanco, aseguraba.
-De calidad, ¿sabes?, que yo no me meto cualquier cosa… -apuntó, pasando la servilleta de papel sobre sus labios.
Era Zoe un hablador empedernido y ello lo llevaba a contradecirse varias veces a lo largo de una misma conversación, como comprobaría Badián más adelante.
Tras haberle presentado al joven granadino el Tasca hizo lo propio con don Jenaro, sentado justo frente a Badián.


*PRÓXIMA ENTREGA: MARTES 5 DE ENERO DE 2010


*: para facilitar la lectura, e ir desde el principio hasta lo último publicado, a la derecha tenéis un enlace en el que podréis leer, releer, subir o bajar con mayor facilidad. Haced clic sobre la imagen justo encima de: "Donde se cuentan las ocurrencias..."

Foto: jose rasero

domingo, 20 de diciembre de 2009

Un poco de información...


Papá Noel



El viejecito de ropas rojas y barba blanca que vemos en vísperas de Navidad en los centros comerciales de todo el mundo, se ha convertido en ícono cultural de la sociedad de consumo del tercer milenio. El mito del sonriente personaje que encanta a los niños, fue forjado a lo largo de los últimos diecisiete siglos, basado en la historia de un obispo que vivió en el siglo IV.
La ciudad de Mira, en el antiguo reino de Licia, actual territorio de Turquía, tuvo un prelado llamado Nicolás, célebre por la generosidad que mostró con los niños y con los pobres, y que fue perseguido y encarcelado por el emperador Diocleciano. Con la llegada de Constantino al trono de Bizancio —ciudad que con él se llamó Constantinopla—, Nicolás quedó en libertad y pudo participar en el Concilio de Nicea (325). A su muerte fue canonizado por la Iglesia católica con el nombre de san Nicolás.
Surgieron entonces innúmeras leyendas sobre milagros realizados por el santo en beneficio de los pobres y de los desamparados. Durante los primeros siglos después de su muerte, san Nicolás se tornó patrono de Rusia y de Grecia, así como de incontables sociedades benéficas y, también, de los niños, de las jóvenes solteras, de los marineros, de los mercaderes y de los prestamistas (también de las prostitutas y de la ciudad de Amsterdam, añado yo).
Ya desde el siglo VI, se habían venido erigiendo numerosas iglesias dedicadas al santo, pero esta tendencia quedó interrumpida con la Reforma, cuando el culto a san Nicolás desapareció de toda la Europa protestante, excepto de Holanda, donde se lo llamaba Sinterklaas (una forma de san Nicolás en neerlandés).
En Holanda la leyenda de Sinterklaas se fusionó con antiguas historias nórdicas sobre un mítico mago que andaba en un trineo tirado por renos, que premiaba con regalos a los niños buenos y castigaba a los que se portaban mal.
En el siglo XI, mercaderes italianos que pasaban por Mira robaron reliquias de san Nicolás y las llevaron a Bari, con lo que esa ciudad italiana, donde el santo nunca había puesto los pies, se convirtió en centro de devoción y peregrinaje, al punto de que hoy el santo es conocido como san Nicolás de Bari.
En el siglo XVII, emigrantes holandeses llevaron la tradición de Sinterklaas a los Estados Unidos, cuyos habitantes anglófonos adaptaron el nombre a Santa Claus, más fácil de pronunciar para ellos, y crearon una nueva leyenda, que acabó de cristalizar en el siglo XIX, sobre un anciano alegre y bonachón que en Navidad recorre el mundo en su trineo, distribuyendo regalos.
En los Estados Unidos, Santa Claus se convirtió rápidamente en símbolo de la Navidad, en estímulo de las fantasías infantiles y, sobre todo, en ícono del comercio de regalos navideños, que anualmente moviliza miles de millones de dólares.
Esta tradición no demoró en cruzar nuevamente el Atlántico, ahora remozada, y en extenderse hacia varios países europeos, en algunos de los cuales Santa Claus cambió de nombre. En el Reino Unido se le llamó Father Christmas (papá Navidad); en Francia fue traducido a Père Noël (con el mismo significado), nombre del cual los españoles tradujeron sólo la mitad, para adoptar Papá Noel, que se extendió rápidamente a América Latina.

La palabra del día  por Ricardo Soca

Foto: jose rasero

sábado, 19 de diciembre de 2009

Mis grandes autores










En tiempos de ignominia



En tiempos de ignominia como ahora
a escala planetaria y cuando la crueldad
se extiende por doquier fría y robotizada
aún queda buena gente en este mundo
que escucha una canción o lee un poema:
es el canto la voz y la palabra: única patria
que no pueden robarnos ni aun poniéndonos
de espaldas contra el muro.
Que nadie piense nunca:
no puedo más y aquí me quedo. Mejor mirarles
a la cara y decir alto: tirad hijos de perra
somos millones y el planeta no es vuestro.


José Agustín Goytisolo

Foto: jose rasero

jueves, 17 de diciembre de 2009

martes, 15 de diciembre de 2009

8 - Falta de melanina










Una de las mesas se hallaba completa y en ella observó a Rubí, riendo y devorando a un tiempo. En la otra, con dos sillas libres, era el Tasca quien llevaba la voz cantante.
Badián se acercó a la mesita en la que la enfermera aséptica esperaba junto a una gran olla y una fuente de ensalada.

-Coja su plato y cubiertos –indicó, fijando su mirada en el mueble de madera.
Badián fue allí y regresó con un plato hondo, cuchara y cuchillo, y los colocó sobre la mesita.
La enfermera aséptica, a la que Badián –observándola ahora con mayor detenimiento- achacó cierta falta de melanina, le sirvió entonces en el plato dos cazos de puchero y le inquirió si tomaría ensalada. Badián contestó que no y se acercó con su plato y cubiertos a la mesa del Tasca, que le había hecho un gesto para ello anteriormente.
Allí comió con apetito y pudo escuchar a unos y a otros. Sobre él mismo no tuvo por qué preocuparse, ya que, aparte las bromas del Tasca sobre su bella cara, nadie estaba interesado en inmiscuirse en la privacidad de los demás, a no ser que uno mismo quisiera hacerlos partícipes de ella. Era una especie de ley no escrita, aunque como comprobaría Badián al momento, casi todos acababan confiando sus cuitas a los otros, se podría decir poco más o menos que por pura necesidad.
Así pudo hacerse una idea, que se iría completando en días sucesivos, acerca de los tres compañeros de mesa.


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Foto: Natalia Bernárdez

lunes, 14 de diciembre de 2009

miércoles, 9 de diciembre de 2009

PREMIOS





Acabo de recibir el premio PRINCESS de manos de mi querida Reme. Aprecio muchísimo tanto este como los demás que he recibido. Han sido un HONOR y un gran ESTÍMULO.
Dicho esto, os pediría que en adelante no penséis en mí a la hora de otorgar PREMIOS. No es por nada en especial, pero como bien dice REME "Ca uno es ca uno", y en este caso, yo lo prefiero así.
(Eso sí: Se aceptan JAMONES  pata negra)
Gracias y besos a TOD@S!

martes, 8 de diciembre de 2009

7 - Hacia el comedor...






Badián Parra siempre se había visto a sí mismo como un desatino de la naturaleza, un renglón bien retorcido, una pifia divina.
Y probablemente lo fuera. Al menos en lo tocante al aspecto físico de su rostro, como ya hemos podido comprobar, y también a una mente, digamos, algo particular, quizás insólita, desarrollada con enraizada y tenaz naturalidad junto a ese revés de su fisonomía. Pero a pesar de ello, o precisamente por ello, cuando sus instintos oscuros y destructivos se lo permitían, o si acaso su nemotécnica terapia funcionaba, se mostraba definitivamente determinado a sacarle la mayor ganancia a su existencia. A no malograr el más mínimo asidero que ésta le brindara.
Y para ello Badián se atenía a los patrones clásicos, y así, la conjunción de las tres palabras mágicas conformaría por siempre la omnipresente finalidad de su incógnito porvenir.
Esta era pues su elemental filosofía de la vida a sus recién cumplidos dieciocho años, que él mismo definiría en la posterior sesión con la doctora Bermejo como un cúmulo de irregularidades, contradicciones e inconsecuencias existenciales, salpicadas de instantes gloriosos envueltos en ciertas aproximaciones a la belleza y a los gozos efímeros, todo ello anidando junto a unos padres igualmente irregulares, contradictorios e inconsecuentes, irrigados ellos con memorable tesón en procurar a su único vástago soplos de ternura, tolerancia y comprensión.
El acontecimiento de la mayoría de edad le había permitido tres días atrás abandonar felizmente, como ya vimos, la casa de sus progenitores en Barcelona, con la intención insensata de encontrarse, en la otra punta del país, con su amigo Cúter, quien le había hablado de una azarosa posibilidad de trabajo.
Resulta obvio que la puesta en práctica de los planes de Badián había comenzado con mal pie. Y que lo único cierto y tangible de aquellas oscuras peripecias (que aún él mismo no alcanzaba a explicarse, pues nunca antes se le fueron la mano y la cabeza de tal manera) era su estancia en la especie de hospicio o clínica benéfica que ahora lo acogía.
Y, no menos cierto y tangible era también, que en este pequeño e inquietante cosmos lo creían un enfermo, que él desde luego pensaba no ser.
Mas necesitaba ganar tiempo. Lo había perdido todo. No tenía dinero, sitio a dónde ir, nadie a quién llamar.
Así pues, recogió decidido aquel documento que descansaba sobre el lecho y le estampó la firma y rúbrica que autorizaban a la doctora Bermejo a iniciar con él aquel tratamiento de desintoxicación.

 

El horario de comidas lo leyó Badián en un viejo papel fijado a la puerta de la habitación con dos tiras de papel adherente. Hacía dos días que no probaba bocado.
Desayuno a las ocho, almuerzo a las dos y cena a las diez, leyó para sí.
Todas tenían lugar en una sala de la planta baja, guarnecida de frigorífico, un mueble antiguo con vasos, platos y cubiertos, una pequeña mesa donde se servía a cada cual la pitanza y otras dos más grandes con sillas para diez personas.
Cuando apareció Badián a eso de las dos y algo ya todos los comensales se hallaban sentados a la mesa y almorzaban animadamente.

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Foto: jose rasero

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Para empezar



Abro los ojos. Así. No más. Los alzo hacia  una línea de luz. Estás a mi lado. Quizá algún ave volátil planee sobre el lecho aún, o algún rastro alucinado persista en el laberinto del que voy saliendo. O sólo el techo allá arriba. Sin más. Lo observo. Con sus vigas de madera. Lejano y antiguo.
Ya casi aprecio el humor que vestiré hoy. Parece que el ánimo amaneció campante junto a mí. Doy tumbos como lelo por la galería de ventanas cerradas, y hay recuerdos que me salen al paso.
Anteayer me fijé en un señor viejito que cruzaba el paso de cebra, y su presencia me acompaña ahora. Le vi unos ojos pequeños que parecían no mirar nada. Y me miraban a mí.
Visito el aseo como arcaico rito.
Le di unas monedas al viejito.
Preparar café es un automatismo amable, como esperanzado. Salgo al balcón y vaticino. Aspiro el día y observo la vida vegetal: la hierbabuena, las hojas de incienso, esos tulipanes que se resisten a salir.
El aroma del café nos reúne en un beso temprano junto a las tazas. Nos recordamos la realidad, nos la reconstruimos el uno al otro, frente a la pantalla que susurra otros escenarios.
Ya dentífricos y frescos, nos besamos de adiós, y resbalamos por escalas o ascensores hacia el mundo.


(Versión en prosa del poema Amanece, que no es poco)

Foto: jose rasero

martes, 1 de diciembre de 2009

6 - Así están las cosas...















-¿Recuerdas algo más? -preguntó sin esperar respuesta  la doctora Bermejo.
Badián volvió a negar con la cabeza.
-Bien. En todo caso, y sea lo que fuese lo que te ocurrió, que para el caso nos da igual, puedes dar gracias de que te trajeran aquí. Estabas muy mal, chico. Por otra parte te recordaré que ayer lo pasaste en cama y no comiste nada. Por la noche te dejaste ver por la sala del televisor y te administramos un somnífero para que descansaras sin sobresaltos. Toma, esto es tuyo.
La doctora  le acercó a Badián su carnet de identidad y le informó tras ello de qué tipo de centro era aquel y de que necesitaba su permiso por escrito para iniciar un tratamiento de desintoxicación, si es que ese era finalmente su propósito.
-¿Quieres que nos pongamos en contacto con algún familiar?
Badián rechazó con rápidos y nerviosos movimientos de cabeza.
-¿¡Y mi dinero!?, ¿¡y mi maleta!?, ¿¡y mi móvil!?...
Las preguntas reventaron  el aire apacible de la habitación, como si un abalorio de miedos hasta ahora apagados hubieran estallado en el interior de Badián.
-Te hemos dado todo lo que había en tu poder cuando te recogimos. El carnet y la ropa. No tenías más. Así que ahora piénsate tranquilo lo que te he dicho. Aquí dejo el formulario.



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Foto: jose rasero

jueves, 26 de noviembre de 2009

Preludio en mayo



Terminó el preludio. Y comenzó el discurso: los teléfonos callan tan bien como asesinan. Y yo estaba muerto, asesinado en el sofá silencioso. La casa toda transpiraba ausencia. Los espejos en el baño me reflejaron: yo era un cadáver frente al abismo. Mi abismo. Sin embargo, la noche era hermosa e incluso mi mueca de fósil podría semejar una sonrisa en mi rostro sin color. Salí al mundo pues, con mis galas de espectro. Todo fue muy sonoro, espléndido, con luces de colores y fuegos de artificio, pero a la conclusión una multitud, inmutable, aplastó mi cuerpo, y con indiferencia de plaga caminó sobre mis restos. Alcé como pude unas palabras, que nacieron quebradas, rotas. De vuelta a casa las fui reconstruyendo. Las palabras eran una frase. Tenía exclamaciones, acentos, entonación. Tildes en su sitio. En una calle solitaria la recité bien alto, y sonó su eco en el vacío. Una esquina de destellos me susurró entonces campos de batalla, me animó a la guerra. Grita, y volverás a ser, la vi decir. Pero era mayo. Un mayo bañado en domingo, que invita más bien a la guarida. Ya en casa yací en paz. Y tuve pulsaciones, casi nostalgias. Mañana es lunes, me dije, y lo grité a media noche. Mañana es lunes, y he llenado de palabras los bolsillos.

(Versión en prosa [Para el Taller literario Fernando Quiñones] del poema No quiero odiar)

Foto: jose rasero

martes, 24 de noviembre de 2009

5 - La doctora Bermejo



La doctora se presentó a las once, tal como había anunciado la enfermera. No usaba bata ni atavío alguno que la identificase como tal. Vestía una camisa de tela celeste y unos pantalones vaqueros, muy ceñidas ambas prendas a un cuerpo espigado y resultón. Sobre el bolsillo de la camisa sí llevaba prendida una  pequeña placa identificativa donde podía leerse: Dra. Clara Bermejo Gisbert, Colegiado 3934, Sevilla.
Era una mujer de unos cuarenta años, de una belleza vaporosa y serena que reflejaba una vida ejercitada sin demasiados sobresaltos, una existencia en la que los proyectos se habían ido cumpliendo en los plazos correspondientes, fruto de un carácter esforzado y perseverante.
-Buenos días, señor Parra –saludó, con una sonrisa profesional- veo que se encuentra bastante recuperado, ¿no es así?
-Badián Parra nació en la ciudad de Barcelona el diecinueve de setiembre, día de los santos Jenaro y Próculo... –soltó irremediablemente Badián.
-Vaya, no está mal como información, pero ¿y eso de hablar en tercera persona?
-Tengo problemas de comunicación.
-Ya veo. En fin, Badián, ¿me permites que te tutee, verdad? Correcto. Mira, primero te informaré de las circunstancias de tu llegada al centro. Después veremos cómo están las cosas ahora, y qué podemos hacer, ¿de acuerdo? Me imagino que no recuerdas nada de cómo llegaste hasta aquí ¿no es así?
-Nada –contestó Badián, mirando entre avergonzado y con cierto embeleso a la doctora Bermejo.



Así pudo conocer Badián cómo dos noches atrás, a eso de las once, hora en la que el centro ya se encuentra cerrado al exterior, una de las enfermeras de guardia escuchó fuertes golpes y voces provenientes de la entrada principal de la clínica. Alarmada, avisó rauda a la otra compañera de vigilancia y las dos se dirigieron cautelosas al lugar del que continuaban llegando ruidos, que una vez estuvieron junto a la puerta parecieron desvanecerse de pronto. Laura, la más joven, abrió una pequeña portezuela situada a la altura de los ojos y examinó el exterior. Hay un joven tirado en el césped, comunicó con inquietud a su compañera Águeda. Vamos a ver qué le ocurre, contestó ésta. No sin recelo franquearon la entrada y, al tiempo que Laura se acercaba al joven, Águeda echó una ojeada al descampado que rodeaba el edificio, viendo entonces cómo un coche se alejaba en la oscuridad con las luces apagadas. No sé por qué hacemos esto, cualquier día nos llevamos un disgusto, protestó Águeda acercándose a su compañera.
-Son unos cabrones, unos cabrones, -mascullaba con voz fangosa el joven, al tiempo que intentaba incorporarse, cosa que no consiguió debido al lamentable cuadro etílico que presentaba.
Entre las dos y con gran esfuerzo introdujeron el metro ochenta y los setenta y cinco kilos de embriagada lozanía en el interior y los recostaron en un banco.
-¿Has visto esa cara? -inquirió atónita Laura.
-Vaya monstruosidad -sustantivó Águeda echando el cerrojo a la entrada- Aunque tiene un cuerpo que quita el hipo -concluyó.
-¡Me han robado esos hijos de puta! -clamaba turbiamente el beodo Badián.

Foto: jose rasero


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lunes, 23 de noviembre de 2009

Cosas de aquí - 3


Siete toros se escapan en pleno centro de Cádiz durante el rodaje de "Knight and Day"

Fotos: jose rasero

domingo, 22 de noviembre de 2009

mIrAnDo HaCiA aRrIbA...



Foto: jose rasero

(La Colección: en el enlace de la derecha o "clicando" en el título))

martes, 17 de noviembre de 2009

4 - De espejos, deseos , terapias y tipejos

Foto: jose rasero (Detalle de un De la Herrán)

Cuando despertó -el mundo sumido en la difusa línea que anuncia el amanecer- sus pasos le dirigieron oscilando al pequeño baño de la habitación: los efectos de la píldora nocturna aún se dejaban notar. Recomponiendo vagamente los sucesos de la noche anterior, y ubicando entre bostezos las piezas de lo real en su sitio, sus manos humedecidas fueron recorriendo lentamente el rostro soñoliento frente al espejo.
Aquel rostro de siempre deforme, capricho genético y terrible de la naturaleza que esculpió aquellas facciones extremas, los desequilibrios imposibles, picassianos, decían algunos, aquel semblante burlesco. Y fue surcando, como tantas otras mañanas, con las yemas la piel ruda, anacrónica, aquella fealdad feroz de sus infortunios.
Entonces, mirándose fijamente al otro lado, expulsó:
-Badián Parra nació en la ciudad de Barcelona el diecinueve de setiembre, día de los santos Jenaro y Próculo, el año de mil novecientos noventa y uno.
Tras rebotar graves y huecas las palabras en las baldosas inmutables, las continuó repitiendo en su mente de forma circular, sin solución de continuidad, al tiempo que dejaba el pijama y los slips sobre una banqueta y se adentraba desnudo en el baño.
El brote suave y cálido de la ducha sobre su cuerpo silenció el encadenamiento de palabras y trasladó con levedad sus pensamientos hacia el recuerdo de la asombrosa danza nocturna de Rubí.
La imagen esplendorosa de la joven fue entonces objeto de toda su atención, fantaseando en su íntimo desvarío con escaramuzas amorosas en las que la alegre muchacha se entregaba a los juegos carnales de sus deseos más recónditos y furtivos, pero a poco aquella evocación de Rubí fue distorsionándose de manera casi imperceptible mientras él se aplicaba atávico a la labor necesaria, hasta desaparecer ella por completo, y conformarse en su lugar y con tremenda nitidez -para su espanto- la presencia aceitosa de Madame Clora sobre su entrepierna.
Una explosión anticipada y traumática hizo de él un gusarapo hundido en la bañera, respirando a boqueadas húmedas.

Foto: jose rasero



Ya después, recobrándose aún de la perturbadora experiencia solitaria, esperaba ansioso Badián en su habitación que algo sucediera, que alguien le aclarase su, cuando menos, confusa condición hospitalaria. Que le trajeran, en fin, sus cosas, sus prendas, su maleta, su teléfono móvil.
Al poco llamaron a la puerta.
Una enfermera aséptica y distante traía su ropa lavada y planchada, y un gotero con suero para él. Sobre las once pasará la doctora, le informó, sin mirarle a los ojos, mientras soltaba las prendas sobre la cama y conectaba el dosificador a su vena.
¿Me acerca esa libreta?, solicitó entrecortado Badián, y así lo hizo ella, con la vista clavada en el objeto, sin concederle a él una mínima ojeada, y después desapareció.
Comenzó entonces Badián a escribir en el cuaderno aquellas palabras que había vuelto a repetir maquinalmente en su mente. Las anotaba una y otra vez, de forma también circular y aparentemente obsesiva.
Mas no era aquello una obsesión, o al menos, no un capricho adolescente y baladí, no un juego sin sentido.
Se trataba de una labor de la que había oído hablar hacía años, no recordaba ni a quién ni en qué manera, quizás a un visionario callejero, o acaso a un exitoso autor de libros de autoayuda, o podría deberse a los consejos de alguna amistad preclara, o tal vez a las palabras de una arpía televisiva y alucinada, imposible saberlo ya, una labor, en fin, empleada como método para sortear las ideas aciagas, los pensamientos destructivos, la parte oscura.
Y a Badián Parra le acosaban éstos implacables y de forma crónica desde que tenía uso de razón, causados sin duda por el odio despiadado engendrado y alimentado hacia su propio rostro, y los consiguientes trastornos que lo habían acompañado en el transcurrir de sus días.
Badián hizo suya esta práctica, y era desde aquellos tiempos su modo de proceder para ahuyentar las tendencias negativas.
Podía concentrarse por ejemplo en la descripción exhaustiva de un bello cuerpo de mujer, ya fuese vestido o desnudado por su imaginación, recordar con todo pormenor los movimientos y acciones que ejecutó en horas, días, meses e incluso años anteriores, también repasar muebles, objetos o detalles de cualquier espacio, cuchitril, bar o vivienda, enumerar los quehaceres que habría de realizar a lo largo de una jornada o recitar sin olvido algún poema de Benedetti o Ángel González o pasajes enteros de Cien años de soledad.
Mas en el momento de confusión absoluto en que se hallaba no se le habían ocurrido mejores palabras para concentrarse que aquellas de su nacimiento.
Encontrándose pues sumergido en la terapéutica y redundante labor apareció en la habitación uno de los apasionados del fútbol y de Rubí de la noche anterior.
¿Cómo andas?, le dijo con una voz cascada, delatora de viejas aguardentías. ¿Todo bien? Y Badián, saliendo de su abstracción, asintió con la cabeza, preguntándose qué carajo querría aquel tipejo.
Foto: jose rasero


Era un hombre de unos sesenta años, quizás algunos más, alargado, de una delgadez extrema, cabello y mostacho canos y una piel arrugada, como de cartón.
-¡Coño, sí que eres bien feo joputa! Otro más para el club –hablaba y reía y tosía, casi todo al mismo tiempo.
-Claro que tú, tú serás el jefe, mamón, qué digo el jefe, el papa de los papas de los repapas de los más feos del mundo entero, cabrón –y volvía a soltar una carcajada ronca y ruda, que le llevaba a toser penosamente.
-¿Tienes un cigarro? –interrogaba al cabo, recuperado de la convulsión.
Badián, en silencio todo el tiempo, ocultando el cuaderno bajo sus brazos, negó con la cabeza.
-Mierda… en fin, ¿y tú qué?, ¿eres mudo o qué? ¡Di algo, carajo!
-Sí… ya... ¿cómo acabó el partido? -formuló lacónico Badián.
-¿El partido? Bah. Y yo qué sé. Era una mierda de amistoso, no valía un carajo, lo que pasa es que aquí se mag-ni-fi-ca todo -respondió el hombre, subrayando intencionadamente aquellas sílabas de su gran palabra del día.
-Por cierto, chaval, llámame Tasca –demandó, ofreciéndole la mano, que Badián estrechó con fuerza, como le habían enseñado desde bien niño.
-Tú eres Badián, ¿verdad? –y Badián lo confirmó en silencio- Te escuché anoche decírselo a la niña… ah… la niña... –musitaba ahora el Tasca, con una expresión bobalicona y cómplice.
-...anda, cagón, ¿a que está buena la Rubí?, ¿verdad?, ya te la habrás cascado pensando en ella, seguro que sí.... porque, oye, ¿y tú qué edad tienes?
-Veinte –mintió Badián.
-Vaya, joder, me cago en los muertos. Badián, Badián, Badián, pues sí que tienes un nombre raro, coño –y diciendo estas palabras se esfumó por donde vino, dándole vueltas al extraño nombre.
Nota del autor: para facilitar la lectura, e ir desde el principio hasta lo último publicado, a la derecha tenéis un enlace en el que podréis leer, releer, subir o bajar con mayor facilidad. Haced clic sobre la imagen justo encima de: "Donde se cuentan las ocurrencias..."
P.D: cuando el tiempo y la "inspiración" me lo permitan iré adelantando entregas. Lo de los martes no ha de ser algo rígido. ¡Gracias a tod@s!

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Cosas de aquí



Foto: jose rasero

3 - Madame Clora


El silencio impregnó la estancia desde el momento mismo de la aparición de la enfermera-jefe, las palmas huyeron tras los sillones y el televisor fue apagado con insólita celeridad.
Madame Clora, que así se la conocía, era una mujer corpulenta, oscura en sus pensamientos y soberbia en el carácter. De rostro abotargado y altivo empujaba ahora con aire desdeñoso un carrito con botellitas de zumo y unos vasos de plástico con pastillas de diferentes colores en su interior.

Llamando por su nombre a cada uno de los enfermos les fue dispensando su medicación. Uno tras otro recibían y tomaban sus respectivas píldoras, tras lo cual se dirigían en callada procesión a sus habitaciones. Badián fue el último.

Asombrado ante el efecto devastador de aquella presencia en los hasta hacía un soplo felices alborotadores y viendo el porte de la misma prefirió postergar sus preguntas para un momento más propicio.
Madame Clora le puso en la mano un comprimido de color rojo, que él tomó sin rechistar ayudado por un trago de zumo de naranja, mientras la enorme mujer clavaba sus envanecidos ojos en él. La expresión de la enfermera jefe parecía traslucir un interés obsceno que el joven decidió pasar por alto. Como si nada dijo adiós y dirigió sus pasos hacia su habitación. Durante todo el trayecto a lo largo del mortecino corredor sintió aquellos ojos de baba recorrer en deseo su cuerpo, pues, aunque Badián era de rostro escandaloso en su fealdad, como se verá en adelante, lucía en cambio una figura acostumbrada a provocar turbadoras atracciones a su alrededor. Por fin dobló a la derecha y se introdujo en la habitación número 10, recordando entonces que no compartía ésta con nadie. Maldijo tal circunstancia. Con las alarmas encendidas se desnudó e introdujo en la cama, temeroso ante la posible aparición de la sanitaria. Por suerte, no sucedió nada y se durmió al instante.
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Nota del autor: las próximas entregas aparecerán los martes de cada semana.
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Foto: jose rasero
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lunes, 9 de noviembre de 2009

2 - Rubí

Hallándose inmerso Badián en esta silenciosa estupefacción hizo su entrada en la sala -llegando desde un balcón que hasta entonces le había pasado desapercibido- una jovenzuela hermosa que pobló de risas, piropos y complacencia venérea a todos los presentes, haciéndoles olvidar por completo los puntuales pormenores del deporte rey.
La joven se llamaba Rubí, lucía unas faldas cortísimas, y reía y cantaba todo el tiempo, como comprobaría más adelante Badián, rumbitas y flamenco la mayor de las veces. Animada por la entregada concurrencia se arrancó por unas bulerías de Camarón. Tirititando de frío bailaban cuatro gitanas por la orillita de un río, cantaba, y los demás la palmeaban y jaleaban con arrebato desmedido. Nada importaba que su afinación fuese decididamente defectuosa. Era, salvo las enfermeras, la única presencia femenina en aquel lugar. Al compás de mi guitarra canto alegre este huapango, y acompañaba el cante de un baile particular, repleto de giros sobre sí misma en los que mostraba generosamente parte de sus encantos, velados en una diminuta prenda interior, y sugerentes movimientos de caderas de alto calibre sexual. Todo ello lo remataba al final clavando una rodilla en tierra y abriendo los brazos de par en par, la vida, la vida, la vida es… es un contratiempo… los senos a punto de la explosión y la larga y negra cabellera cayendo sobre sus hombros desnudos.
Entonces el respetable aplaudía y echaba humo por todos los poros, los rostros encendidos en brasas de lujuria.
Badián, olvidando la revista sobre la mesa, había asistido al inicio del espectáculo entre sorprendido e incrédulo, pero pronto se dejó llevar por la exaltada belleza de la joven.
Ella se levantó bellísima, feliz en ser el centro de todas las babeantes miradas, y repartió besos y guiños saltarines a la tropa. Cuando se percató de la presencia de Badián su rostro expresó cierto desagrado por un instante. Forzando su habitual sonrisa se acercó hacia él y le ofreció un educado hola, ¿cómo te llamas?
-Badián.
-¡Qué nombre más raro! -rió nerviosamente Rubí- Pues bueno, ya nos vemos –zanjó sin más, y regresó hacia los demás sin otorgarle beso ni guiño alguno.
A Badián le pareció bien esta indiferencia, pues lo último que deseaba era convertirse en el centro de atención de aquel grupo y someterse con toda seguridad a dios sabía qué retahíla de curiosidades.
Y el grupo continuaba festejando con lisonjas y arrumacos varios a la muchacha cuando apareció por la puerta como una hecatombe en sordina la enfermera-jefe.
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Foto: jose rasero

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miércoles, 4 de noviembre de 2009

I - En la sala


La sala era amplia, funcional, de paredes blancas y cuadros anodinos. Badián Parra permanecía silencioso y prudente en un rincón, a la espera de que algún doctor o similar le aclarase qué hacía allí.
Sentado junto a unos anaqueles repletos de revistas del corazón, juegos de mesa y unos pocos libros en desuso, alcanzó una de aquéllas y simuló leerla. Al otro lado, arrellanados sobre un sofá y cuatro sillones de un escay rajado, los demás ocupantes de la sala, todos hombres, gritaban y hacían aspavientos frente a un televisor. Retransmitían un partido de fútbol de enorme trascendencia, o al menos eso creyó Badián observando mudo desde su revista a los que habrían de ser sus compañeros de internamiento. Finalmente sabría por uno de ellos que se trataba de un amistoso sin mayor importancia. Aquí todo se magnifica, le diría el que llamaban Tasca.
Badián permanecía paciente en su rincón mientras en su mente una laguna enfangada de imágenes sin sentido le impedía recordar lo sucedido los dos últimos días de sus dieciocho años de existencia. Se recordaba, eso sí, saliendo de Barcelona con infinita alegría en el auto de unos amigos que se dirigían a Madrid. Tras pasar noche en la capital se veía despidiéndose de aquellos y embarcando en el AVE hacia Sevilla, ya en solitario. Una vez en la estación de Santa Justa -ahora se preguntaba a cuenta de qué- podía contemplarse conversando con un grupo de rumanos alrededor de unos litros de cerveza.
Y era ahí donde se iniciaba el nebuloso vacío.
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Foto: jose rasero
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martes, 3 de noviembre de 2009


"Debemos el progreso a los insatisfechos"
Aldous Huxley

Foto: jose rasero

Escala


Ves
que no tiene sentido
nada. Y las mariposas
habitan donde antes las cucarachas.
Lo ves desde las dos perspectivas en que puedes
verlo. Y no ves más que lo que no puedes ver.

Después,
has de subir,
o bajar.

Foto: jose rasero

lunes, 26 de octubre de 2009

La ciudad

-¡Maldita sea! -exclamó don Jenaro, el alcalde, dejando caer el teléfono móvil sobre la mesa- Acaban de comunicarme que según la Conferencia Europea de Estadística de Praga, ¡todavía no somos una ciudad!
Los gestos y voces de desaprobación se sucedieron en la sala de reuniones del Ayuntamiento de Aceituno, ocupada para la ocasión por las fuerzas vivas del lugar y una representación de vecinos. El capitán de la Guardia Civil levantó sus casi noventa kilos y preguntó a voz en grito que cuál era la causa de aquel atropello.
-¡Señores! -clamó el alcalde- Según el último censo, que yo mismo di por terminado ayer, somos cuatro mil novecientos noventa y cinco aceitunos. ¡Y no nos considerarán ciudad hasta llegar a la aglomeración humana de cinco mil habitantes!
El alboroto y los silbidos de reprobación subieron de tono por toda la sala. Fue entonces cuando el cura, don Remigio, se incorporó de su asiento, calmó a la concurrencia con sus manos extendidas, y con voz sacerdotal dijo:
-Hermanos, calmaos y escuchad. Hemos de acercar cinco almas benditas a nuestro pueblo, esto es… quiero decir, a nuestra futura ciudad. Les mostraremos las bellezas de Aceituno y les invitaremos a quedarse a vivir entre nosotros.
Tras estas palabras de don Remigio los gestos adustos se convirtieron en sonrisas y los abucheos en una gran ovación.
-¡Yo tengo esas cinco almas! – vociferó un hombre entre los aplausos desde el fondo de la sala.
El silencio se hizo de nuevo y todos se volvieron hacia la puerta de entrada, donde vieron a Tomás, el pocero.
-Son cinco gitanos. Andan rondando por el pozo hace días.
Sin más, y presos de la repentina euforia, todos marcharon en pintoresca procesión hacia el pozo de Tomás, que justo se hallaba a la entrada de Aceituno. Al llegar vieron, efectivamente, a cinco hombres con piel de aceituna sentados bajo un castaño, fumando despreocupadamente.
Fue el alcalde quien se dirigió a ellos soltándoles un improvisado discurso sobre el carácter siempre acogedor de los vecinos de Aceituno, sobre la belleza singular de sus calles y monumentos, de su privilegiado enclave en plena comarca del Olivo, de la vida sosegada de sus habitantes. Les subrayó lo peculiar de la estructura lineal de sus calzadas y paseos, de la forma en U de su plaza Mayor, única en todo el país, de la Casa Consistorial y sus columnas salomónicas, de la Iglesia Parroquial, con su ábside semicilíndrico de sillería, de la Ermita de Cristo, del siglo XVI, y, finalmente, de la famosa estatua dedicada a la aceituna y, por extensión, a todo el país, tal como reza en la placa situada en su base.
-…que ustedes mismos pueden ver, pues la tienen ahí, a diez metros –concluyó don Jenaro.
El grupo de hombres aceitunados había permanecido silencioso durante el relato del alcalde, y ahora hablaban entre ellos en lengua caló, como preguntándose qué era todo aquello.
-¿Pero, qué queréis ustedes? Nosotros no habemos hecho na malo.
Ahora fue don Remigio quien se acercó fraternalmente a ellos y les explicó -cerrándoles un ojo a modo de guiño- las verdaderas ventajas de lo que habían venido a proponerles. Cuando hubo acabado los bendijo a los cinco y se dirigió al alcalde.
-Los papeles -dijo.

Y así, Aceituno se convertiría en muy noble ciudad tras una espera de siglos, y con el tiempo y el paso de los años, en la mayor urbe mundial con población mayoritariamente mestiza y bilingüe de payos y gitanos.

Foto: jose rasero

viernes, 23 de octubre de 2009

"Nunca hay buen viento para el que no sabe adónde va". Séneca

Foto: jose rasero

lunes, 19 de octubre de 2009

Magia

Sabía que alguna vez ocurriría...

Foto: jose rasero