martes, 30 de marzo de 2010

22 - Desayuno sin diamantes












Badián, del todo inmerso en sus repentinos delirios de futuro, en las disquisiciones apresuradas acerca de qué cosa fuese el amor, de cómo se esbozan quizás los proyectos de vida y, claro, de las improbables interpretaciones de aquella metáfora del vuelo en helicóptero, actuó de forma autómata.
Se sirvió el sucedáneo de café que allí se tomaba, cogió un plato con galletas, y se sentó en la mesa, con aquellos dos frente a él.
Rubí canturreaba por tangos, y al amanecer siento que me llama, y como un torbellino despierta mi alma… mientras Laslo le untaba caballeroso una tostada de pan con mantequilla, y le acercaba con la mano derecha a su rojita boca entreabierta el pan calentito que ella mordía voraz, salvaje y recién levantada, recogiendo con la punta de su lengua los trocitos de migas que quedaban adheridas en la comisura de sus labios húmedos, entre risas y besos que Laslo le robaba de su cuello desnudo, ostensible, carnal, su negra cabellera recogida en larga cola,  al tiempo que la rodeaba sin reparos por su cintura breve con el brazo izquierdo .
La escena ubicó definitivamente a Badián, de nuevo -junto a una aguda punzada en alguna zona anímica sin precisar- en la tremenda realidad.
De un modo catastrófico.


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Foto: jose rasero

viernes, 26 de marzo de 2010

Sebastián Escultor


Exposición del artista mejicano Sebastián Escultor (Enrique Carvajal) en las calles de Cádiz.
Más fotos: aquí.

Foto: jose rasero

lunes, 22 de marzo de 2010

21 - De sueños y proyectos de vida





Había sido un día excesivo. Las emociones se  fueron filtrando en su interior gota a gota, en pequeñas dosis, como si tal cosa, y ahora pesaban como plomo en su ánimo.
De igual manera no pocos acontecimientos se habían ido sucediendo, a cual más sorprendente, enrevesado, o ambas cosas a un tiempo, y de pronto se descubrió a sí mismo saturado.
Harto, pensó.
Entonces, aturdido y absorto, hasta el punto de ni siquiera decir adiós a los demás comensales -quienes por otra parte no le prestaron mayor atención, vigilantes como andaban del jurídico sermón de don Jenaro- se levantó, recogió sus cosas -deshaciéndose, esta vez sí, sin interferencias, de la pastilla suministrada- y se encaminó por los sombríos pasillos de la clínica hacia la habitación número diez.
Sus pensamientos, siempre en continua agitación, incluso en el agotamiento, lo arrastraron a recordar que el día siguiente era el de la cita con la doctora Bermejo, algo en lo que no tenía la menor disposición en detenerse a reflexionar. Todo a su tiempo.
Necesitaba no discurrir, rumiar, cavilar, meditar, repasar, especular...
No más por hoy.
Desconectar, olvidar, postergar, eran los verbos a perseguir.
Quedar en blanco.
Echó en falta, entonces sí, no haber tomado por la mañana algún libro en el que anegar sus pensamientos desbocados.
Con esta idea se pasó un instante por la sala del televisor y recogió de los anaqueles un par de revistas del corazón.
Una vez en la habitación número diez se despojó de las botas, que puso bajo la cama, y de los vaqueros, que lanzó sobre la silla, y se tumbó sobre el catre.
Abrió una de las revistas couché por las páginas de pasatiempos y tras dudar brevemente entre el de las siete diferencias y un crucigrama se decidió al fin por éste último.
Convertir definiciones en palabras le ayudaría a dejar de lado toda cavilación propia y potencialmente insensata, por una parte, y a que las ganas de dormir le fueran venciendo, por la otra.
Uno horizontal. Palabra de seis letras, leyó. Dícese del procedimiento de pintar paredes y techos mecánicamente, de modo que se produzca un relieve en forma de pequeñas gotas…

Al amanecer despertó con un sueño incrustado en su mente. Rubí y él escapaban en el Ford Fiesta hacia no importaba dónde. Él observaba indistintamente maravillado las manos de ella aferradas al volante y un horizonte limpio y azul que se abría inmenso ante ellos. El coche hacía un ruido como de helicóptero. Y Laslo quedaba atrás, reflejado en el retrovisor, confundido entre las tinieblas de un paisaje desértico, mientras ellos, efectivamente, alzaban el vuelo en un aparato de hélices giratorias…
Enjuagándose el rostro de sus desvelos frente al espejo pensó que había soñado un deseo.
Un deseo no sexual.
Lo que era algo no habitual en él, acostumbrado a que las fantasías eróticas, los laberintos sin salida posible o las situaciones angustiosas en las que era incapaz de gritar conformasen su limitado repertorio onírico.
Más que un deseo, se dijo asombrado.
Un proyecto de vida.
También tuvo presente con cierta turbación que era la primera vez que se exponía ante sí mismo y de tal manera esas cosas.
Esa cosa.
La vida.
Junto a aquella chica.
A pesar de.
Nunca antes había estado enamorado. Ni de lejos sabía qué era eso. No había pensado jamás en el futuro.
-En el futuro como proyecto de vida -explicó para sí- no como pensar en qué cosa hacer mañana...
Ir a Cádiz no era un proyecto de vida. Era una huída. A su amigo Cúter no lo había vuelto a ver desde los ocho años, diciéndole adiós con una mano desde un talgo Barcelona-Cádiz en Les Sants.
Recordó que un par de torpes escarceos carnales eran su único bagaje en ese terreno. En ese que tenía que ver con el amor.
Así que, se dijo, aquello debía ser. Con aquello se refería no más que a contemplar a una joven, conocer su desafinado cantar, observar con embeleso de babas caídas sus extraños contoneos, sentirse atraído. Físicamente.
Eso.
Tras la ducha se encaminó al desayuno con este revoltijo de ideas palpitando, creciendo como larvas, revolviéndose y chocando unas contra otras en su mente.
Al llegar a la sala sólo Laslo y Rubí estaban a la mesa, mientras se podía escuchar a una de las enfermeras llamando a los perezosos por los pasillos.
-Siéntate con nosotros –dijo un sonriente Laslo.


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Foto: jose rasero

martes, 16 de marzo de 2010

20 - La respuesta de don Jenaro







Don Jenaro posó la cuchara hacia abajo sobre el filo de su plato, deslizó detenidamente la servilleta de papel por los labios y, al terminar, hizo de ella una bolita que olvidó sobre la mesa. Sólo entonces miró en silencio a Zoe. Giró los ojos con premeditada parsimonia hacia la otra mesa, desde donde todos le observaban esperando su respuesta, y los volvió a posar con igual sosiego en el joven róquer. Tras ello habló.
-Mira, muchacho –dijo al fin, arrastrando las palabras, con voz de sacerdote antiguo, consciente de haberse convertido en el centro gravitatorio de toda la atención de la sala, sabiéndose importante- teniendo en cuenta, como bien sabes o has de saber, que aquí nadie muestra, digamos, excesivo interés ni procura alguna utilidad en tener contactos con la policía, ni por ende con la administración de justicia, y dando como hecho cierto y comprobado, por las informaciones fidedignas de que dispongo, que el Tasca es de los que menos disposición o acomodo tiene en ello, pues la respuesta habría de ser no…
El abogado, recreándose en su perorata, gustándose, dejó las palabras flotando en el aire, suspendidas como puntos, formando auras de incógnitas en todos los presentes, así como desesperación en Zoe, que musitaba entre dientes vamos, vamos, vamos, creando un suspense tan de su agrado que quiso alargarlo dando un lento y amplio trago de su vaso de agua.
-Pero, qué quieres, -prosiguió al fin, dejando el vaso sobre la mesa y mirando de nuevo fijamente a los ojos desorbitados de Zoe- en el improbable o quimérico caso de que el Tasca quisiera hacerlo, pues ya sabes o has de saber, que la naturaleza del ser humano será por siempre jamás algo insondable e insoluble, te diré que no son materias con las que yo haya tratado ni de lejos, amigo. Como comprenderás no llegaban a mi bufete asuntos tan zafios como este, dicho sea con todos los respetos. Pero por la jurisprudencia y dictámenes que pueda recordar así, a bote pronto, estaríamos hablando de penas que podrían moverse entre los seis meses de cárcel y los tres años, con indemnización y abono de las costas aparte, por supuesto. Todo ello en el caso, más que probable y factible, de que el juez apreciara en todo este asunto del que hablamos que fuera algo creíble que no tuvieras intención de causarle lesiones al Tasca, como las que, clara evidencia, has provocado, pero que, por otra parte, no dejara de ser cierto que también pudiste haber evitado el encontronazo y, sin embargo, no lo hiciste…
Llegado a este punto, la monótona y arrastrada dicción de don Jenaro, aquella voz evangélica, así como su lenguaje enrevesado y leguleyo persuadieron a Badián de que, al menos de momento, no quería saber nada más de aquel embrollo…
Se sentía exhausto.

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Foto: jose rasero

viernes, 12 de marzo de 2010

Poesilla


















Fotos: jose rasero
(Poesilla es una obra de Ini, artista holandesa afincada en Cádiz)

martes, 9 de marzo de 2010

19 - El resto de la tropa






Así, desde tal espesura de ruindades y odio, desde esa perspectiva atravesada y venenosa en la que permanecía ahora instalado, avistó Badián a un joven sentado al otro lado de Rubí, al que archivó con cruel ligereza como yonqui de mierda, inducido por la extrema delgadez que mostraba. Lo adivinó desde su resquemor palpitante como un vago de profesión y casi con toda seguridad como un mediocre analfabeto. Escoria sin salvación posible, se dijo, aliviando con ello, de forma inesperada y al tiempo placentera, su orgullo malherido.
Al otro extremo de la mesa un señor mayor, quizás rozando los sesenta años, bien vestido, el escaso pelo engominado hacia atrás, con cicatrices como radiografías de dilatados excesos en su rostro, acaso dueño de una cadena de supermercados, de un holding de hoteles, director de alguna sucursal de banco o no más que un puto gánster, tal vez un analfabeto parcial, o un listo de profesión, o un gran hijo de la gran puta, aventuraba para sí un ya lanzado Badián.
Sentado muy cerquita del viejo repasó a un tipo de unos treinta años, amanerado en sus ademanes y en la voz atiplada con que pedía por favor un poco de pan a Rubí. Una rata inmunda llegada desde cualquier escondrijo, a saber de cuál habría escapado tamaño bichejo. Posible incluso que fueran pareja esos dos, sentados tan lindantes el uno del otro, fantaseaba Badián regodeándose en una maldad a la que estaba descubriendo con asombro y satisfacción una evidente función reparadora.
Estando inmerso en estas sumarísimas descripciones, oyó  de pronto lo que Zoe, rompiendo el silencio casi pactado implícitamente entre todos, preguntaba en voz baja a don Jenaro.
-¿Cree usted que me denunciará?


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Foto: jose rasero

sábado, 6 de marzo de 2010

"De Cadi Cadi... " (2)



"La Antigua Parra del Veedor" (C/Plata esquina con C/Veedor), conocida popularmente como "El bar de las niñas" (arriba en la foto: Natalia, Manoli y Cristina) es el local decano de la hostelería gaditana y referente gastronómico de la misma por la variedad y riqueza de sus tapas (entre las que destacamos la lengua en tomate, la carne al toro, las albóndigas caseras, la carne mechá...) y representa también, sin duda, lo mejor de la ciudad de Cádiz y de los gaditanos:
el trabajo bien hecho, con cariño y mucha alegría, un ambiente familiar que se respira nada más traspasar sus puertas, acogedor, como de andar por casa, con bandejas repletas de sonrisas y exquisiteces que van de acá para allá, y  parroquianos fieles -disfrazados o no- con quienes echar unas cervecitas agradables, o acercarse, para ampliar fronteras y conocimientos, a los guiris, despistados y encantados siempre, y que siempre, cual golondrinas, aseguran que volverán... 
Y en sus paredes... una exposición permanente de arte.
Vosotros mismos...

En esta foto podemos ver a Pepe, gallego de La Estrada, que junto a Manoli fundó el negocio familiar












Fotos: jose rasero

martes, 2 de marzo de 2010

18 - En ausencia...












La enfermera Águeda era una jovencita florida, de presencia alegre y cercana, siempre radiante y parlanchina.
No esa noche.
Sobre la sala comedor de la planta baja, con su frigorífico, su viejo mueble de madera para la vajilla y la cubertería, sus mesas, sus comensales, planeaba como un espectro la mala conciencia colectiva originada por la ausencia del Tasca.
La habitación parecía aún más sombría que por la mañana, a la luz ahora de los dos tubos de neón que se alineaban paralelos en el techo.
Águeda ya les había servido a todos la cena -en un silencio contagioso que parecía ralentizar los movimientos, los gestos, que amplificaba incómodamente cualquier sonido inevitable, choque de cubiertos, toses, el crujir de una silla- y preparaba en su mesa los vasos con las respectivas pastillas.
Nada más entrar les había notificado, con la humedad asomándole en la mirada, que al Tasca lo habían ingresado en un hospital cercano, con fractura del tabique nasal. Que regresaría en uno o dos días, había dicho.
Después no volvió a pronunciar palabra. Nunca antes había sucedido algo como aquello.
Badián, sentado a la misma mesa que por la mañana, tenía frente a sí a Zoe y a don Jenaro, que cenaban distantes, como idos. También como esa misma mañana la otra mesa estaba completa y en ella vio –ahora sí- a Laslo, sentado junto a Rubí, susurrándole cosas al oído que la hacían esbozar brotes de risitas, que ella hacía esfuerzos por reprimir, pensando en la ausencia tan presente, intimidada por el silencio abrumador.
Se fijó Badián también en los otros tres ejemplares, a los que escudriñó entre tanto con sumo detenimiento, para no llevarse más sobresaltos en adelante.
Los observó, eso sí, con la mirada de su humillación reciente, desde la inquina que palpitaba fresca en su interior, a través del tamiz de la desolación en que se veía recluido por ese amor que, sin haber siquiera germinado, apenas esbozado en sus cálidos delirios, le acababan de mutilar y exponer como inalcanzable ante sus ojos y oídos, por siempre jamás.


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Foto: jose rasero