Los escritores románticos que visitaban Constantinopla
durante el siglo XIX lo hacían a la capital de un imperio, el otomano; la
ciudad apenas alcanzaba el millón de habitantes y el “recorrido turístico”
incluía visitas a los Derviches o giróvagos, al Palacio del Sultán y su Harén,
así como paseos por los cementerios.
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