Relato finalista del V Concurso de Relatos “El Folio en Blanco” – 2015
Lo comprendo, Paula. Sé que prometí no volver a hacerlo. Pero,
déjame decirte. Es mucho más sencillo de lo que parece. Sí, ya sé. Las pruebas
me inculpan. Pero solo en apariencia.
Un cúmulo de circunstancias consigue que parezca ser lo que no es. Porque no es lo que parece. Ya, Paula, ya. La frasecita. Lo sé. Qué quieres. Es la que
tengo. Han sido días difíciles. Y va para
dos meses el asunto. Precisamente cuando
todo funcionaba a las mil maravillas. Porque mira que andábamos bien. Y tuvo
que sonar el puto timbre.
–Tienen diez minutos para desalojar. Cojan lo imprescindible.
La policía local. Desalojo por peligro de derrumbe. Así, por
las buenas. Que ni tú ni yo habíamos escuchado una palabra. Que ni un solo
vecino nos había hablado de las malditas
grietas. Ni media, vamos. Y ya podían,
ya. Ni el mismísimo casero había dicho esta boca es mía. Y nuestro ático
recién pintado, además. Si es que todavía nos estoy viendo, sentaditos en el sofá tomando el café de la
mañana, comentando cómo colocar los muebles, dónde irían los cuadros, cómo
pondríamos cada detallito de nuestro
nido. Y el timbre. Y los dos locales. Que daban miedo.
–Diez minutos para desalojar.
De piedra.
–Cojan lo imprescindible.
¿Y cómo puede uno establecer
en diez minutos qué es lo imprescindible? ¿Cómo saber qué lo será diez minutos
más tarde? ¿O en media hora? Claro, claro. Lo puesto. Unas mudas, cosas de aseo, algún libro. ¿Y papeles?
¿Cogemos papeles imprescindibles? De
locos. ¿Qué se llevaría usted a una isla desierta, caballero? Y los nervios,
¿eh?
Porque se pone uno malo. Sí, cariño, ya sé que casi me echo a llorar. Vale, vale, Paula. Lloriqueé como un condenado bebé, ¿qué quieres? Pero te di un abrazo bien fuerte, no me negarás. Un buen abrazo, sí señor. ¿Y qué llevamos al final? Ni recuerdo. Dos bolsas de nada, ¿no? Claro, sí, y al llegar abajo era de morirse, no sabíamos si de vergüenza o de pánico. ¡La gente con los televisores! ¡Con las tostadoras! ¡Los microondas! ¡Mochilas rebosando bolsas con comida! ¡La calle repleta de maletas atiborradas! Y tú y yo con nuestras dos bolsitas. Como dos gilipollas, madre. Y, oye, que nadie explicaba nada, ¿eh? Pero nada de nada. Cero. Allí nadie sabía. Pero todos gritaban. El casero porfiando con la loca del primero por los pagos, los demás proclamando no sé qué de los contratos. Y los locales. Tan varoniles, tan altos, tan guapos. De brazos cruzados. ¿Cómo? Cariño, pues sí, si quieres que desenrede bien el asunto claro que todo esto es importante. Que sí, que ya sé que las pruebas están ahí. Pero te demostraré que solo son circunstanciales. Así que escúchame, haz el favor. Ya termino. Después sin más nos mandan a esta pensión que ni en pintura la queríamos, oye. Y ahí comienzan las peregrinaciones al Ayuntamiento. ¡Que dónde estaba el contrato! ¡Que demasiado era meternos en este antro! ¡Que sin contrato no había nada que hacer! ¡Y que si no queríamos, pues a la puta calle! ¡Que así son en Urbanismo! ¡Que el maldito casero había desaparecido por arte de magia!
Porque se pone uno malo. Sí, cariño, ya sé que casi me echo a llorar. Vale, vale, Paula. Lloriqueé como un condenado bebé, ¿qué quieres? Pero te di un abrazo bien fuerte, no me negarás. Un buen abrazo, sí señor. ¿Y qué llevamos al final? Ni recuerdo. Dos bolsas de nada, ¿no? Claro, sí, y al llegar abajo era de morirse, no sabíamos si de vergüenza o de pánico. ¡La gente con los televisores! ¡Con las tostadoras! ¡Los microondas! ¡Mochilas rebosando bolsas con comida! ¡La calle repleta de maletas atiborradas! Y tú y yo con nuestras dos bolsitas. Como dos gilipollas, madre. Y, oye, que nadie explicaba nada, ¿eh? Pero nada de nada. Cero. Allí nadie sabía. Pero todos gritaban. El casero porfiando con la loca del primero por los pagos, los demás proclamando no sé qué de los contratos. Y los locales. Tan varoniles, tan altos, tan guapos. De brazos cruzados. ¿Cómo? Cariño, pues sí, si quieres que desenrede bien el asunto claro que todo esto es importante. Que sí, que ya sé que las pruebas están ahí. Pero te demostraré que solo son circunstanciales. Así que escúchame, haz el favor. Ya termino. Después sin más nos mandan a esta pensión que ni en pintura la queríamos, oye. Y ahí comienzan las peregrinaciones al Ayuntamiento. ¡Que dónde estaba el contrato! ¡Que demasiado era meternos en este antro! ¡Que sin contrato no había nada que hacer! ¡Y que si no queríamos, pues a la puta calle! ¡Que así son en Urbanismo! ¡Que el maldito casero había desaparecido por arte de magia!
Que tú te fuiste a casa
de tu madre, porque, claro, aquí no
cabíamos los dos, dijiste. Que aquí me quedé yo solo porque yo en casa de tu
madre no pensaba entrar. Que ya te había dicho que yo allí no volvía a poner
los pies en mi vida. Que iban a ser dos días y ya llevo dos meses en este apestoso
cuartucho. Que les he puesto nombrecito a las cucarachas. Que esta ventanita que ves
da a un estercolero. Que es pleno agosto y me muero. Que el puto baño es
comunitario, y da asco. Que los vecinos
dan miedo. Que la calle más. Que estoy hasta los mismos, Paula. Que ahora tú vienes y ves una botella de coñac medio
vacía y su vasito al lado y me dices que si he vuelto a beber. Que se acabó.
Que no aguantas más. Que te había prometido no volver a hacerlo. Y que yo te
cuento todo esto para decirte que no, joder, que no he vuelto a beber, Paula. Que no es lo que parece. Que nunca te fijas en
nada, Paula, que hablas y hablas, y no miras las cosas, querida. Que no has reparado bien en el vaso. Que tiene
carmín en el borde. Que yo no uso
carmín. Que la botella no es mía.
Que fue ella quien la
trajo, Paula.
No hay comentarios:
Publicar un comentario