Suenan dos golpes en
la puerta atrancada y sin tiempo para reaccionar ni recomponerse Benito oye un
crujido y la ve abrirse y pegar un
topetazo contra la pared. Una ráfaga cálida, enérgica e inesperada irrumpe en la salita. Es Carlota, su vecina de abajo. Viste una camiseta y unos shorts de color
caqui y unas estruendosas botas negras del ejército.
-… ¿qué ha pasado con
la puerta? –su voz es joven, brillante,
con un deje alegremente gaditano- …pero Benito… madre mía… ¿tú te has visto el
careto?...
La exuberante cabellera pelirroja, el cuerpo
desgarbado, lo contradictorio del rostro de nariz afilada,
labios gruesos, amplia frente, ojos saltones e inquietos, toda ella, en fin,
desprende una belleza diferenciada, no
detectable quizás a la primera, no al alcance de cualquier percepción. Esa clase de atractivo que va más allá
de lo que tienes delante de tus ojos. Y los ojos aún humedecidos de
Benito, versado en tales encantos, recorren la piel lechosa de las delgadas piernas de Carlota y se centran
en la derecha. En la huesuda rodilla
sobresale una tirita cubriendo un corte aún enrojecido y por el muslo y la espinilla se dibujan diversos arañazos.
- … ¿tú te has visto
la rodilla?...
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