Tras una cristalera con una ventanilla cerrada –en la que un pequeño cartelito informaba que el horario de oficina era de nueve a tres- dos señoritas administrativas con aspecto de señoritas administrativas tecleaban absortas frente a sus pantallas de ordenador. Tras ellas se abría una puerta con la palabra dirección escrita en mayúsculas sobre el dintel. Allí vio a la doctora Bermejo conversando plácidamente con un señor mayor de pelo cano con apariencia de buen hombre, que probablemente fuese el director de todo aquello, aventuró Badián.
A la oficina se accedía por una puerta lateral, que permanecía cerrada. Al ver aquellos ordenadores Badián maldijo el hecho de no saberse el correo electrónico de su amigo Cúter. Ni el de ninguna otra persona, por otra parte. Toda la información cibernética y telefónica de que disponía la había perdido en el interior de su móvil.
En todo caso, pensó, tecleando ciertas palabras en el buscador podría comprobar si quizás tuviese suerte y pudiera conseguir alguna averiguación que le fuese útil. El problema, se dijo, era cómo llegar hasta aquellas endiabladas máquinas.
Enmarañado en estos pensamientos sus pasos lo habían llevado azarosamente hacia una puerta en la que en un desvencijado cartelito podía leerse: Bib..oteca.
No podríamos decir que Badián fuese un gran lector, como tampoco había sido un ilustre estudiante. Sacó el bachillerato a pelo y más que nada por aliviar y dar paz a los viejos. Sus lecturas fueron en su mayor parte apremiadas y los restos un poco a salto de mata, sin disciplina ni orden alguno. Sin embargo, como ya vimos, sí sentía cierta y sorprendente fijación con los poemas de Ángel González y Benedetti, así como con los cien años de García Márquez, algunos de cuyos versos y pasajes le habían sabido tocar las vísceras.
La puerta se hallaba entreabierta y Badián sólo necesitó empujarla para pasar dentro. Era una habitación rectangular, que desprendía un tibio olor a libro concentrado, quizá más amplia de lo que había imaginado, con sus cuatro paredes cubiertas de estanterías repletas de textos que ascendían hasta el mismo techo. Mucho libro para un lugar como este, pensó Badián con extrañeza. En el centro una gran mesa de madera, alargada y rodeada de sillas, ocupaba casi todo el espacio, dejando a sus lados estrechos pasillos por los que moverse.
Al fondo de la sala pudo ver una pequeña mesita organizada a modo de oficina, y sentada junto a ella -para su tremendo espanto- se hallaba Madame Clora.
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Foto: jose rasero
10 comentarios:
JAJAJAJA, SEÑORITAS ADMINISTRATIVAS, CON ASPECTO DE SEÑORITAS ADMINISTRATIVAS, JAJAJA
TU SI QUE SABES DESCRIBIR, JAJAJAJA
BADÍAN CONOCIÓ LA BIBLIOTECA, VAMOS BIEN... CON CLORA DENTRO.
Cada día me identifico más con Badían jejeje en eso de saco el bachillerato a pelo jajaja y zas como siempre en lo mejor me la cortas¡¡¡¡¡ espero no hay de otra, besos de continuidad¡¡¡
Tuve que ponerme al día con Badián y ya retomé el hilo. No sé yo pero con ese señor creo que hubiese hecho buena amistad, leemos las mismas cosas y pensamos muchas cosas igual.
Un beso.
Es que los cien años de G.G.Márquez son 100 grandísimos años...
Besitos. A ver qué va pasando...
yo no sé por qué me estoy imaginando una historia con Clora.
Reme, estarás conmigo en que hay cosas, y personas, u oficios, que se desdriben por sí mismos. Esto pensé de las señoritas administrativas: ¿qué más añadir a la descripción?
Besos!!!
Ariadna, es que soy malo malo... jajaja
Besos!!
Zayi,señor señor, no mucho. Recuerda que acaba de cumplir los 18.
Un besote!!
Sí, Cris. García Márquez es mucho García y mucho Márquez. Y de Gabo no te de digo nada...
Besos, linda!!
Agustín, ¡refrena esa imaginación libinidosa! jajajaja
Ya veremos...
Un fuerte abrazo!!
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