Era la misma clase del primer día. Pudo reconocer algún que otro rostro.
Cerró la puerta tras él, subió altivo a la tarima, se sentó desenfadado sobre la esquina de la mesa. Lanzó amenazador una mirada sobre la clase y comprobó, aterrado, que nadie había dejado de hablar desde su entrada.
Dio un primer grito y el volumen de ruido disminuyó lo suficiente como para hacerse entender.
No era parte de la estrategia, pero al ver sobre la mesa unos papeles con nombres y apellidos se aferró a la tarea de pasar lista como a una primera tabla de salvación. Al nombrar a voz en grito los primeros apellidos la masa calló. Con mucha más seguridad continuó enunciando el listado y tras un inicio prometedor se topó con los García. La sucesión prosiguió su curso sin alteraciones hasta que, de pronto, leyó García Martillo, Iván, y recibió como respuesta alternativa al sí, aquí, con mano alzada, un prefiero que me llame Iván, sin mano ni nada, acompañado, eso sí, de un sonoro coro de carcajadas. Benigno miró al alumno Martillo y comprendió que un nuevo problema había nacido para´él. Más aun cuando reparó en el detalle de que Iván Martillo rasgaba ruidosamente el papel albal de un bocadillo con la evidente intención de comérselo. Benigno pensó que parecida situación la había leído en un libro no hacía mucho. Un alumno desafiando al profesor con un bocadillo. Pero por más que devanó sus sesos en busca de la salida, la solución al enigma no se le aparecía ni en forma remota.
-Sabes que está prohibido comer en clase. Guarda eso, tú -dijo acercándose con lentitud al díscolo.
-Tengo hambre, maestro -esgrimió el alumno.
Cuando Benigno se encontró a la altura del pupitre que ocupaba Iván Martillo, mediante una resuelta maniobra que lo sorpendió a sí mismo, logró hacerse inopinadamente con el bollo.
La clase entera lo observaba todo en expectante silencio. El maestro y el bocadillo. El aroma le hizo saber que se trataba de mortadela y, sin más, le pegó un buen bocado ante el ohhh patidifuso del aula. Masticó con pericia la pieza y por fin, envolviendo delicadamente el resto, se lo entregó a Iván Martillo, quien, con gesto de sincera admiración se limitó a decir:
-Uno a cero para usted, maestro.
9 comentarios:
Muy bueno!!!
Hay mas, no??? mira que me gustan poco los capítulos jajajajaja yo quiero más... jajajaja
Besitossssssssssss
Hola Jose! Gracias por las bellas palabras que me dejaste. Me ha gustado el texto, es duro el enfrentamiento entre un alumno repugnante con aires de grandeza y un maestro poco astuto, pero en este caso ha sabido responder ante tal situación!
Un saludo, que tenga un feliz día!
jajajj que bueno!!
La verdad es que me gustaria tener un profesor así, con agallas para enseñar y enfentrar a los chulillos, espero que esto continue.
Me gustó mucho tu comentario, sigue pasandote si quieres.
Muchos besitos!!
¡Hola Mar, Zauber y Carmela! Claro que hay más.
(Comienza en entradas anteriores) Intentaré ir haciendo entregas diarias. ¡Besos!
Un escrito terso y brillante.
Sorprendente final, ja ja.....
Mi blog cumple 6 meses y vengo a invitarte a pasar por él que tengo un humilde y especial regalo para tí.
El placer de saberle, reencontrarle... el placer de leerle, siempre.
¡Gracias Fabiana! Me pasaré por allí.
¡Bienvenido a la nave Amedio!
Eterna, qué comentarios me haces. Espero seguir gustándote. ¡Saludos!
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