martes, 7 de abril de 2009

Crisis

Lo ideal en estos casos
sería morirse de muerte natural,
hacer un gesto agrio,
estirarse
definitivamente,
y marchar con cuidado
para que nadie pueda
darse por ofendido.
Pero ello no es posible
sin contar con Dios Padre
-y los restantes.
Por eso
-frío en la calle, tedio
en los que pasan-
permanezco en mi sitio, y vivo
-corazón asediado por el llanto-
mi hora la terrible:
la que aún no ha sonado.

Ángel González Sin esperanza, sin convencimiento

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