“Un poema ha de constituir un revulsivo, afectar
interiormente, regocijar o estremecer o desasosegar incluso. La ceniza de su
sombra es lo que queda del poeta en sus versos. Pero estas cenizas pueden
llevar un ascua que prenda el corazón del lector”.
Así se expresaba hace unos años Mauricio Gil Cano (Jerez,
1964) preguntado acerca de los poetas, de la poesía, de su acomodo en las
urgencias de este mundo que habitamos.
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