El espejo, descascarillado en las esquinas y atravesado por
hendiduras como riachuelos de un mapa, devuelve a Benito Bram una imagen turbia
y algo cubista de sí mismo. El detective, recién levantado, también turbio,
recompone su figura frente a la luna de cristal y comprueba en su reloj de
pulsera que son las doce pasadas. Desliza con parsimonia su mirada por las
desangeladas paredes del dormitorio. De su amada colección solo el corno inglés
y la tuba resisten colgados junto al espejo de cuerpo entero que rescató anoche
de las calles. Son meses ya deshaciéndose de sus instrumentos de viento para
hacer frente al alquiler del ático. Un goteo inexorable de pérdidas.
La marcha de Carlota también. Hace apenas dos semanas. Cruza
la salita escoltado por una robustecida sensación de derrota. En la cocina,
mientras la víbora repta a su cuello y gira concéntrica a su alrededor, pone al
fuego una cafetera italiana. Las dentelladas secas van al corazón. Hace
sonar Baubles, Bangles and Beads y la voz de Sarah Vaughan le
acompaña, junto al cigarrillo que enciende, en la evocación de la noche
anterior, que no se diferencia en lo básico de otras tantas noches, a excepción
del espejo liberado. Vaciar combinados de ron por esas barras de dios y darle a
la húmeda con unos y con otros. Sí que hay un recuerdo que resulta ser más que
eso. Una evidencia. Y está sobre la mesilla de la sala. Una tarjetita blanca de
presentación.
Se sirve un café solo al tiempo que se va conformando
silenciosa y cotidiana su íntima batalla, su guerra interior. Su conflicto.
Esta mañana, como otras tantas, la culpa va mudando en una inquietud confusa,
con la que se apresta a encarar el nuevo día. Se sienta en el sofá. Mira al
suelo de losas desiguales. Da un sorbo de la taza. Se cuelga de las vigas, de
la cadencia. Suena la trompeta de Tony Fruscella. I’ll be seing you. Examina
el cartoncito blanco. Xavier Bloc. Periodista. Dibuja un gesto de
disgusto en su rostro y se dispone a rasgar en pedacitos la maldita tarjeta
cuando advierte por detrás algo anotado a bolígrafo. De su propio puño y letra.
Lee. Dinero. Dos y media en La Marina. La palabra dinero está
subrayada. Por él mismo.
La lluvia cae sobre la estructura del pequeño ático. Como
avisando.
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