Hay libros que te persiguen incansables por todas partes,
como si un halo vital los iluminara. Da igual que estés en casa, en el bus,
navegando por Internet o frente al escaparate de una librería. Allí anda él,
tenaz, haciéndote sorprendentes guiños. Son cosas que pasan, te dices. Pero el
implacable acecho acabará por minar tu resistencia, hacer que te saltes el
orden de lecturas que tenías en mente y que te rindas a la evidencia.
Inevitablemente le hincarás el diente. Y es entonces cuando estarás perdido, igual
que si en el desayuno engulleras a un duende torpe y borrachín que cayó dentro
de tu taza.
Leyendo Cámara oscura (Paréntesis Editorial, 2010)
no se me han puesto las orejas de elfo ni salivo ante crucifijos de oro pero sí
he comprendido ciertas cosas. Por ejemplo, que la Literatura fantástica aún existe y que, de hecho, es
muy actual: de ahí el hacer esta reseña en este apartado y no en el otro, el de
“más allá”. También se ha acrecentado en mí la creencia de que la realidad casi
nunca es lo que parece, y que siempre dependerá de factores la mayor de las
veces ajenos a nosotros mismos. Así lo afirma Pilar Vera en una entrevista
a Cristina Monteoliva: “En Cádiz hay una cámara oscura en
la Torre Tavira: observas sobre una superficie blanca un reflejo de lo que
sucede en la ciudad. A veces puedes “jugar” con la gente que ves pasear o
tender la ropa y subirlos a un bolígrafo. Ese hombre cree estar caminando por
el Campo del Sur, pero en otra realidad está encaramado a un boli Bic”.
Literatura gótica, fantástica, tradición oral, ciencia ficción: todas estas
etiquetas y alguna otra se irán adhiriendo en tu frente al abrir y leer las
páginas de Cámara oscura. Y es lo normal si ante tus ojos pasmados,
entre brumas, castillos, pueblos misteriosos, se suceden historias de
princesas, duendes, vampiros, sirenas o micólogos. Pero en el libro de relatos de Pilar Vera hay
algo más. Y es algo inquietante. La sensación de que lo que te está narrando,
si te fijas bien, no es tan fantástico; la impresión de que a ti te han
ocurrido, en cierta manera, cosas muy cercanas; la sospecha de que el hijo del
vecino esconde oscuras intenciones tras su mirada gótica. El quid nos
lo da la misma autora en sus palabras a Cristina Monteoliva: “Lo fantástico te
da las claves para interpretar la realidad o para deglutirla”.
Si uno ha perdido por los recodos del tiempo la mirada
mágica de la infancia, la recuperará con este libro de relatos. Incluso puede
que, si la perdió hace ya demasiado, se lleve algún sobresalto. Póngase las
lentes adecuadas para comprender que en Praga hay un vigilante de Universidad
de mucho cuidado y mundanas pretensiones, que los recuerdos nos aguardan
agazapados tras el más imprevisto de los matorrales, que las princesas son muy
suyas, que no podemos fiarnos de según qué objetos, que las bibliotecarias sí
que saben qué cosa es un íncubo y que, ante todo, hay que mirar a
conciencia en la taza antes de beber de ella.
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