martes, 15 de junio de 2010

33 - La huida (III)





Por fin atravesaron la última puerta de aquel caos de edificio, la cual representaba para los cuatro, y a un tiempo, término y principio en sus convergentes vidas.
Nada más franquearla y poner los pies fuera se encontraron bajo una pequeña arboleda y contemplaron ante ellos un descampado de unos cincuenta metros tras el que una verja de hierro de color verde delimitaba el espacio exterior de la clínica.
Y hacia allá corrieron, cada cual inmerso en la esfera de sus pensamientos, cada íntima abstracción intoxicada por la escena de la pelea, por la visión de la sangre, por lo incierto de lo que se desplegaba ante ellos, todos unidos ahora, eso sí, en un objetivo común.
Al llegar a la verja, de unos dos metros y medio de altura, comprendieron que tendrían que pasar por encima de ella. No había puerta ni abertura alguna a la vista.
Sin pensarlo, Laslo se encaramó en lo alto de la valla, ajustándose con precaución entre dos de los barrotes en forma de lanza que la coronaban a todo lo largo.
Le alcanzaron primero la maleta de Rubí, que agarró con esfuerzo y bajó con cuidado hacia el otro lado. Después efectuó la misma operación con la suya. Al ayudar a subir a Rubí, alcanzándole una mano y tirando de ella hacia arriba, tuvo Badián una visión plena de las largas piernas de la joven y de unas braguitas de color rosa que ayudaron a aumentar su ya casi crónico estado de conmoción.
El publicista Gaspar, por su parte, demostró gran elasticidad y en un visto y no visto estaba del otro lado de la valla, en zona libre, en la ciudad.
-Vaya, eso es el Parque de los Príncipes... -dijo en voz alta, señalando el bosquecillo que se veía tras la otra acera de la autovía- ...así que... estamos en la Avenida Alfredo Kraus... -concluyó con seguridad pericial.
Laslo también tuvo que ayudar a Badián, que, entre los dolores físicos y las turbaciones mentales, andaba bastante sonado.
-¡Seguidme! -exclamó entonces Rubí, que, al echar un vistazo en derredor, pareció haber recordado el lugar en que dejó su coche- Está algo más allá de esa gasolinera –sentenció con firmeza.
Caminaron pues los tres hombres tras la mujer por una amplia acera arbolada, a un lado de la arteria de cuatro carriles. El Ford fiesta estaba a unos cien metros, en la misma avenida Alfredo Kraus.
-Cuando vine no sabía que en la clínica tenían sitio para aparcar... -se explicó Rubí, mientras levantaba la puerta trasera del auto.
-¿Tú viniste solita? –preguntó Laslo colocando a toda prisa las dos maletas en el interior.
-No, me trajo mi padre. Él se fue después, en taxi supongo... No he vuelto a saber de él...
Tras cerrar la puerta de atrás y disponerse a entrar en el coche, Laslo, algo incómodo, miró a Gaspar.
-Tú... bueno, gracias por todo tío... -dijo, ofreciéndole la mano, como en una despedida.
-No, mira, yo voy con vosotros...
-Pero...
-Os pagaré.
No hubo más que hablar.
Y así los cuatro tomaron posiciones dentro del vehículo. Rubí al volante y Laslo como copiloto. En los asientos traseros Badián podía entrever en diagonal parte de la figura de Rubí mientras Gaspar tenía frente a él la larga y negra cabellera de la joven.
El auto desprendía un característico olor a nuevo –que no lo era, aunque sí se percibía que había sido poco usado en sus años de vida- y también a cerrado, conformando una atmósfera cargada y agobiante. Tanto Rubí como Laslo bajaron de forma maquinal sus respectivas ventanillas.
Durante unos instantes todos permanecieron en silencio, como si nadie supiera qué hacer una vez alcanzada la tan deseada y nueva libertad. Se hallaban fuera de la seguridad de burbuja que constituía y ofrecía la permanencia en la clínica y ahora, fuera de ella, la cosa se complicaba. De momento, eso sí, parecían haberse instalado en otra pompa, algo más pequeña.


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Foto: jose rasero

8 comentarios:

Tempus fugit dijo...

Pronto descubrirán que hay más locos, y peligrosos, fuera que dentro.
¡Esto se anima! Una huida hacia....



un abrazo

TORO SALVAJE dijo...

Igual de aquí unos días vuelven voluntariamente a la clínica.

No está la cosa para muchas alegrías.

Saludos.

ARIADNA dijo...

Bueno ahora ya disfrutan de la efimera libertad¡¡¡ un abrazo, y ya veremos que pasa

Mar dijo...

Una vez en el coche lo primero que deben hacer es largarse a toda leche de allí no sea que aparezcan los rumanos o el doctor o la enfermera jeringa en mano...

Ya veremos en la siguiente entrega.

Bss.

Zayi Hernández dijo...

Todas estas cosas de huídas me dan taquicardias. Sin embargo, me he quedado boquiabierta mientras observaba que hay hombres impredecibles... ¿Bragas rosa?... Siempre creí que la lencería negra era la mejor...¿Bragas rosa?...me has descolocado José!...jaja
Un besito.

Belkis dijo...

Al fin lo lograron, vaya que me tenían en vilo. Y ahora qué, qué les espera a este cuarteto tan avesado. Mira que se esta poniendo ésto cada vez más interesante.
Seguimos esperando la continuación.
Un abrazo muy grande Jose

Soledad dijo...

Era una valla lo que los separaba de la libertad?
Besos

josé rasero dijo...

¡Muchas gracias a tod@ss! ¡Besos y abrazos!